Viajeros y comerciantes necesitaban un lugar donde alojarse al llegar a una ciudad y un espacio seguro en el que depositar sus mercancías. El funduq respondía a esta demanda de alojamiento y seguridad. En él se podía descansar, comprar, vender, hacer reparaciones, obtener nuevos suministros o informaciones, resguardarse del clima, almacenar mercancías a buen recaudo, pagar impuestos o alimentarse
Alicia Hernández Robles
Universidad de Granada

Los motivos por los que se emprendía un viaje en la Edad Media eran muy variados (político-militares, científicos, económicos, religiosos, etc.), así han existido diversos tipos de viajeros como peregrinos, estudiosos o eruditos, tropas militares, comerciantes, etc.
Con independencia de quién y porqué se emprendía un viaje este implicaba toda una serie de necesidades a lo largo del camino, tales como el alojamiento durante la travesía y otros servicios.
El funduq (en plural fanādiq) era uno de los edificios que proporcionaba una amplia oferta de servicios a viajeros y comerciantes: alojamiento, protección, cocina, almacenamiento, entretenimiento, un lugar seguro en el que realizar transacciones comerciales al por mayor, etc. Encontramos este tipo de arquitectura, entre los siglos VIII y XIII, en ciudades de los territorios islámicos, destacando especialmente en la zona occidental del Mediterráneo.
La infraestructura comercial en las ciudades de los territorios islámicos medievales refleja la importancia del comercio en su economía y urbanismo. El zoco era el corazón comercial de la ciudad, el mercado principal y permanente al que acudía la población habitualmente para adquirir productos básicos para el día a día, como alimentos o tejidos, aunque también se realizaban mercados o ferias periódicas. Algunas ciudades contaban con alcaicería, un edificio específico en el mercado dedicado a la venta de productos de lujo y gran calidad como seda o joyas. Por ello estaba más protegida y su acceso controlado. Su clientela era más selecta y adinerada e incluía a otros comerciantes. El tercer edificio característico de la infraestructura comercial urbana era el funduq. Por lo tanto, el zoco puede ser entendido como el espacio de mercado más general, siendo la alcaicería y el funduq establecimientos especializados.
Sin embargo, también existieron otros edificios que compartieron funciones con el funduq como el caravasar y el jān, aunque se han relacionado especialmente con los territorios islámicos orientales. El caravasar destacó por ser un espacio de alojamiento y avituallamiento, con aspecto fortificado, debido a su localización en zonas rurales o a lo largo de rutas caravaneras terrestres. Mientras que un jān podía estar ubicado tanto en contexto urbano como rural y ofrecía servicios similares a los de un funduq (alojamiento, almacenamiento y espacio para el comercio al por mayor). Tal y como apuntaba Hillenbrand hace unas décadas, la cantidad de datos sobre estos edificios es muy dispar, siendo más abundantes los de aquellos ubicados en zonas rurales o en rutas, por lo que solo con futuras investigaciones que profundicen en el estudio de estos inmuebles localizados en ciudades se podrían realmente precisar las similitudes y diferencias entre el funduq, el caravasar y el jān.
Servicios de un funduq
Viajeros y comerciantes necesitaban un lugar donde alojarse al llegar a una ciudad y un espacio seguro en el que depositar sus mercancías. El funduq respondía a esta demanda de alojamiento y seguridad. En él se podía descansar, comprar, vender, hacer reparaciones, obtener nuevos suministros o informaciones, resguardarse del clima, almacenar mercancías a buen recaudo, pagar impuestos o alimentarse.
Los fanādiq eran edificios de grandes dimensiones, de entre 200 y 800 m2, y planta cuadrangular estructurada en torno a un patio central y, en ocasiones, con más de una planta en altura. En su interior las estancias se destinarían a diversos usos, como almacenes, establos, habitaciones donde pasar la noche, letrina, zonas donde cocinar y espacios de reunión. Durante el día también servían como lugar de negocios, ya que en ellos se produciría la venta al por mayor de mercancías traídas por los comerciantes extranjeros a los mercaderes locales que, posteriormente, vendían lo adquirido en el zoco o la alcaicería de esa ciudad. Por lo tanto, en el interior de estos edificios se encontrarían espacios públicos o comunes, como el patio, el zaguán de entrada o la cocina, y espacios privados, como las habitaciones para el alojamiento y el almacenamiento de bienes.
A partir de la documentación escrita y arqueológica se ha concluido que la cocina podía ser tanto un espacio permanente y concreto del edificio en el que habría personal empleado para ello, como hogares puntuales que los viajeros o comerciantes podrían realizar en el patio o en alguna estancia del edificio para preparar los alimentos que hubieran adquirido en el zoco. Por ejemplo, el muḥtasib —inspector de mercado— de la ciudad de Málaga, al-Saqaṭī al-Mālaqī, en el siglo XIII informa de un viajero que cocinó carne en un funduq de la ciudad con sus propios utensilios de cocina.
Otra cuestión relevante en estos edificios era la relativa a la higiene y el aseo. Sería habitual encontrar en ellos un pozo o alberca del que los viajeros pudieran servirse, para cocinar, beber o asearse. Así como una letrina o letrinas colectivas, conectadas a canalizaciones de evacuación de aguas residuales o fecales. Todas estas estructuras configuraban un complejo sistema hidráulico en estos fanādiq.
Con respecto a los productos con los que se comerciaba en un funduq, podemos encontrar tanto productos de primera necesidad, como cereales o pan, verduras, huevos, legumbres, sal, frutas, pasas, miel o aceite. Mientras que en otros se podrían adquirir productos más lujosos, como seda, ámbar o pieles. Esta información ha llegado hasta nosotros por el nombre con el que aparecen estos edificios en las fuentes escritas o bien por los impuestos que se recaudaban de las mercancías que se almacenaban en ellos en distintas ciudades del Mediterráneo medieval. También podían estar especializados en alguna actividad, pues se menciona a grupos de artesanos en ellos, tales como zapateros, peleteros o cordeleros.
El carácter comercial de los fanādiq los distingue de otros edificios medievales que también daban alojamiento a viajeros, como pudieron ser las mezquitas o las zāwiyas. Aunque el funduq pueda tener ciertas similitudes con otras instituciones previas o contemporáneas a él, destacará por contar con una mayor seguridad y eficacia derivadas de la protección y regulación islámicas. Sin embargo, autores como Ibn ‘Abdūn informan de otras actividades que se desarrollaron en su interior, más allá de las estrictamente comerciales, por lo que se puede hablar de su uso como tabernas, burdeles, casas de apuestas o incluso como prisión nocturna.
La ausencia de ventanas al exterior y la existencia de una sola puerta de acceso otorgaban la seguridad necesaria para que los comerciantes emplearan estos edificios para sus transacciones comerciales, ya que así se evitaban robos de mercancías y la salida fraudulenta de productos. Dicha seguridad era prioritaria en un funduq, aunque no sucedía lo mismo con la comodidad de los usuarios. El mobiliario en su interior debió ser sencillo y apenas debieron contar con esteras sobre las que dormir, cubos, cuerdas, herraduras y lámparas o candiles de aceite. En el siglo XVI, León Africano informaba sobre los fanādiq de Fez y contaba que en ellos el encargado del edificio facilitaba al huésped una estera de esparto en la que pasar la noche, sin que contaran con camas ni grandes comodidades.
En distintos manuscritos del siglo XIII que se han conservado de las maqāmāt de al-Ḥarīrī podemos ver en sus ilustraciones la representación de un edificio de alojamiento (jān) en Wasit, actual Irak, al relatar el caso de un robo que sufrieron en su interior. La ilustración nos aproxima al aspecto de un funduq al presentar un edificio de dos plantas con un patio central rodeado por habitaciones.

Personas usuarias, propietarias y empleadas en un funduq
Los usuarios principales de un funduq fueron los comerciantes extranjeros y los viajeros de distinto tipo que necesitaran hospedarse a su paso por las ciudades como, por ejemplo, peregrinos o estudiantes. La recepción de estos viajeros en un funduq ha sido relacionada con una funcionalidad caritativa en ellos, ya que podían alojarse allí sin tener que pagar nada a cambio. Sin embargo, también podía encontrarse en un funduq a población local residiendo en su interior, como artesanos o personas de escasos recursos, o a prostitutas.
Los propietarios de un funduq podían ser los propios gobernantes o miembros de la familia real, funcionarios públicos o personas anónimas, y todos ellos podían fundar fanādiq como legados píos. Por lo tanto, podía tratarse de edificios de propiedad pública, privada o legado piadoso (waqf o ḥubs). En el caso de este tercer tipo de propiedad, también conocida como bienes habices, se fundaba un funduq con el objetivo de que los beneficios económicos que produjera se destinaran a cuestiones concretas que sirvieran para mejorar la ciudad y la vida de su población.
A cambio de alquileres anuales o mensuales los propietarios podían ceder el usufructo del edificio a una tercera persona que actuaba como administrador o encargado, como ṣāḥib al-funduq o funduqīyya, según si se trataba de un hombre o de una mujer. Esta persona viviría en el edificio con su familia y su sueldo provendría de subarrendar las habitaciones del funduq a su clientela. Así, aunque se permitiría que algunas personas se alojaran gratuitamente en estos edificios, generalmente viajeros y comerciantes debían pagar tarifas específicas por las habitaciones según si las destinaban para alojamiento o almacenamiento, así como una tarifa por alojar a los animales que los acompañaran.
Además de la ganancia que se obtenía del cobro por el uso del edificio, también se recaudaban en ellos impuestos sobre las mercancías que se vendían en su interior. Estos beneficios económicos que se obtenían en el funduq podían quedar reservados para su dueño, para el tesoro público o bien estar destinados a obras pías públicas, en función del tipo de propietario del edificio. Al-Idrīsī informa del censo de fanādiq (970) realizado en Almería para el pago de un impuesto. También se ha considerado que las autoridades locales podían usar estos lugares para controlar los precios, la distribución y el suministro de determinados productos destinando fanādiq concretos para ellos.
Por lo tanto, además del propietario o arrendador del funduq podría haber en estos edificios otras personas empleadas como personal de recaudación, guardias o porteros, aunque todas estas funciones podía concentrarlas el mismo propietario. La condena de Ibn ‛Abdūn a que mujeres ocuparan el cargo de recaudador de los comerciantes y los extranjeros en el funduq permite plantear que se encontrarían con regularidad a mujeres encargadas de la recaudación en estos espacios.
En definitiva, el día a día de un funduq informa de su carácter multifuncional como espacios de residencia, de trabajo o negocios, de reunión, y de fiscalidad y recaudación.
Localización de fanādiq en al-Andalus
Para conocer algunas de las ciudades andalusíes en las que se podían encontrar estos edificios debemos recurrir a obras geográficas. Diversos autores mencionan la presencia de fanādiq al describir las ciudades de al-Andalus. Generalmente, indican que una ciudad “contaba con mercados, baños y funduq o fanādiq”, es decir, no proporcionan muchos detalles sobre estos edificios.
En el siglo X, según Ibn Ḥawqal, más de treinta ciudades andalusíes contaban con hospederías. Posteriormente, a mediados del siglo XII, la información del geógrafo al-Idrīsī permite elaborar un listado de ciudades que contaban con algún funduq. Tal es el caso de Almería, Adra (Almería), Quesada (Jaén), Bizilyana (Rincón de la Victoria, Málaga), Málaga, Córdoba y Tarifa (Cádiz). Encontramos fanādiq en una amplia variedad de ciudades tanto interiores como portuarias, aunque fueron más numerosos en ciudades principales, en capitales o lugares de paso en alguna ruta de comunicación. Dos de esas ciudades destacan por la cantidad de fanādiq que se mencionan en ellas: Córdoba y Almería, cosa que no es de extrañar si tenemos en cuenta su importancia en términos comerciales, siendo Córdoba la capital del califato y Almería el principal puerto de al-Andalus en la plena Edad Media.
El ejemplo de funduq más conocido en la península ibérica, por su estado de conservación, lo encontramos en Granada. Se trata del funduq al-ŷadīd o alhóndiga nueva, conocido como Corral del Carbón. Este edificio fue construido en el siglo XIV por Yusuf I y fue propiedad de las reinas nazaríes. Si lo visitamos podemos hacernos una idea de las características arquitectónicas de estos edificios como su único acceso principal, el patio central rodeado por habitaciones, o la existencia de varias plantas en altura.

En las últimas décadas se han llevado a cabo numerosas excavaciones en ciudades de la península. En algunas de ellas se localizaron edificios de gran entidad, aproximadamente 40, que han sido interpretados como edificios con un carácter público, comercial o como funduq. A pesar de que en muchas de ellas no se conservaba la planta completa del edificio, su recopilación y estudio están permitiendo conocer mejor este tipo de arquitecturas en al-Andalus. A partir de ellas se puede concluir que no nos encontramos con una tipología estandarizada y regular de edificios, ya que el tamaño y número de las distintas estancias varía de unos a otros. Por lo tanto, las dimensiones y distribución de estos edificios pudieron ser variadas. Esto puede ser debido a las necesidades a las que daba respuesta, en función de su ubicación en una determinada ciudad, o el volumen de mercancías y viajeros que hacían uso de ellos.
En la actualidad, si pensamos en un hotel, podemos encontrar una amplia variedad de edificios, con distintas instalaciones y servicios, que presentan grandes diferencias de uno a otro. Por lo tanto, no debe extrañar que también fuera posible encontrar una amplia variedad de instalaciones a las que se haría referencia como funduq.

Especialización del funduq
Bien por iniciativa de los gobernantes locales, o de los comerciantes que usaban un funduq, algunos de estos espacios se fueron especializando en productos concretos. Estas distinciones entre unos edificios y otros se fueron produciendo a lo largo de la Edad Media.
Especialmente a partir del siglo XII, los comerciantes europeos, entre los que destacaron los italianos, participaban activamente en los mercados islámicos, donde debieron hacer uso de más de un funduq. En parte por su experiencia en ellos, estos edificios acabaron adaptándose en contextos feudales como nuevas formas institucionales, también con sus propias denominaciones derivadas del término árabe funduq, como fondaco, alhóndiga o alfondech, en italiano, castellano y catalán respectivamente. Estos edificios fueron especializándose en determinados servicios, distintos según los territorios en los que se establecieron.
El fondaco era el edificio en el que mercaderes cristianos se hospedaban y comerciaban en ciudades bajo control político islámico entre los siglos XII y XV. En ellos destacaron los italianos y, posteriormente, los mercaderes provenzales, catalanes y aragoneses. Podemos entender el fondaco como una especialización del funduq, ya que dejó de ser un espacio en el que se hospedaban personas de cualquier procedencia, para tratar de acomodar, regular y, en cierto modo, segregar los negocios de los grupos de mercaderes occidentales en ciudades islámicas portuarias. En un primer momento contaban solo con un edificio, pero sus servicios se fueron ampliando e incluso llegaron a configurar barrios comerciales fortificados con almacenes, horno, iglesia o capilla, tiendas, talleres, taberna, etc.
En el caso de la península Ibérica la adaptación del funduq la encontramos en el Reino de Castilla con las alhóndigas y en la Corona de Aragón con los alfondechs. Las alhóndigas se especializaron como almacenes de productos específicos, como la sal o la harina. Mientras que en los alfondechs predominó la función de hospedería y sirvieron como posadas para mercaderes o viajeros, siendo utilizados solo de manera puntual como almacenes de mercancías (vino, papel o tejidos).
Para ampliar:
- Constable, Olivia Remie. Comercio y comerciantes en la España musulmana: la reordenación comercial de la Península Ibérica del 900 al 1500, Barcelona: Ediciones Omega, 1997.
- Constable, Olivia Remie. Housing the Stranger in the Mediterranean World. Cambridge: Cambridge University Press, 2003.
- Hernández Robles, Alicia. Comercio y alojamiento en las ciudades andalusíes. Estudio histórico-arqueológico del funduq (siglos VIII-XIII). Tesis Doctoral, Universidad de Murcia, Murcia, 2022.
- Hernández Robles, Alicia. “Del funduq al fondaco: cambios y continuidades en los edificios de alojamiento en al-Andalus”, en Florian Gallon (dir.). Tractations et accommodements. Pessac: Ausonius éditions, 2023.
- Hernández Robles, Alicia. “Comercio y alojamiento en Madīnat Mursiya. Estudio arqueológico de los fanādiq andalusíes en Murcia”. Arqueología y Territorio Medieval, 28 (2021),e6186, 125-152.
- Hillenbrand, Robert. Islamic architecture: From, function and meaning, Edimburgo: Edinburgh University Press, 1994.
- Sims, Eleanor. “El comercio y los viajes: Mercados y caravansares”, en George Michell (dir.). La arquitectura del mundo islámico: su historia y significado social. Madrid: Alianza, 1985.
- Torres Balbás, Leopoldo. “Las alhóndigas hispano-musulmanas y el corral del carbón de Granada”. Al-Andalus, 11 (1946), 446-480.