Más del 80% del trazado del centro histórico de la actual ciudad de Palma es de origen islámico. Sus intrincadas callejuelas y sus baños árabes son apenas los únicos testimonios visibles conservados de la antigua madīnat Mayūrqa, que quedan ensombrecidos por la grandiosidad de sus iglesias góticas y palacios señoriales bajomedievales. El paisaje urbano que hoy observamos es, en gran medida, el resultado de un largo proceso de conversión que se inició pocos días después de la conquista cristiana de 1229
Inés Calderón Medina
Instituto de Historia – CSIC
En octubre de 1228 un joven Jaime I se reunía en torno a una mesa en Tarragona con obispos y magnates para terminar de planificar la conquista de Mallorca. El casus belli fue la captura de dos naves catalanas por parte de piratas musulmanes de las islas, pero detrás estaban también la necesidad del joven monarca de lograr una gran conquista militar para fortalecer su poder, además de extender la fe cristiana en un tiempo de Cruzada. Cada uno de los participantes en la campaña aportaría hombres, armamento y barcos para conquistar “un reino en el mar”.
El 31 de diciembre de 1229 Jaime I entraba en madīnat Mayūrqa, la octava ciudad de al-Andalus, que había tomado sin capitular. Atrás quedaba un largo asedio y el cruento asalto que habían provocado la muerte de un gran número de sus habitantes y un alto grado de destrucción de sus edificios.
Tras la toma de la ciudad se inició el proceso de repartimiento de manera proporcional entre el rey, los magnates, obispos y comunidades urbanas que habían participado en la conquista. Cada uno de ellos recibió su porción en el campo, pero también en la antigua medina, donde recibieron un importante patrimonio inmobiliario, integrado por casas, tiendas, molinos, hornos, baños, mezquitas, huertos, espacios sin construir ni cultivar, etc. El Libro del Repartimiento y la documentación eclesiástica y particular conservada permiten conocer con detalle el intenso y temprano proceso de reconstrucción y conversión que los cristianos iniciaron en la ciudad y que se prolongaría durante los siglos bajomedievales.
Apremiaba mantener la actividad económica en la isla y de manera inmediata a la conquista se inició una intensa actividad edilicia, mientras se terminaba con la resistencia musulmana que se había refugiado en cuevas en las montañas. Los nuevos propietarios cristianos utilizaron los edificios y espacios que hasta el momento habían habitado los musulmanes, adecuándolos a los nuevos usos; pero también promovieron la rehabilitación de edificios y la construcción de nuevas casas, centros e infraestructuras de producción y comercio, además de nuevos edificios de culto.
Las casas de la medina
12000 fueron las casas de la medina repartidas entre los magnates que habían participado en la conquista. En el Repartimiento muchas de ellas se identifican con el nombre árabe de su antiguo propietario, y se hace una distinción entre las casas habitadas y las deshabitadas, destruidas por completo o parcialmente, puesto que el tapial con el que habían sido construidas no resistió la violencia del asalto.
Pocos días después de la conquista, los nuevos propietarios comenzaron a donar o “establecer”; es decir, alquilar a cambio de una renta anual, los bienes que habían recibido. Se puso en marcha un activo mercado inmobiliario, en el que era habitual el cambio de titular del “establecimiento” aunque la renta anual que debía entregar el nuevo inquilino a su propietario permanecía inmutable. Además, los moradores debían colocar sobre la puerta de entrada el escudo heráldico de su señor, para dejar patente quién era su dueño.
Los magnates establecieron o donaron numerosas casas, patios o solares a sus vasallos que tenían el deber de rehabilitarlas, mantenerlas en buen estado o, incluso, edificar una nueva construcción desde los cimientos. Asimismo, concedieron a sus nuevos habitantes las licencias de obras necesarias para iniciar los trabajos.
Este proceso de rehabilitación de la ciudad y de construcción de casas en nuevos espacios hasta entonces deshabitados fue lento, pero se intensificó a medida que el número de habitantes aumentaba. A lo largo del siglo XIII se incrementaron las licencias de obra para acrecentar la altura de los edificios y lograr un mayor espacio habitacional, además de las licencias de construcción de pórticos y tiendas abiertas a la calle destinadas a la actividad comercial.
Los palacios
Tras la entrada en la ciudad Jaime I se instaló en el Palacio de la Almudaina, que hasta el momento había sido la residencia de las autoridades musulmanas. Su presencia en la isla fue efímera, por lo que no parece que realizase grandes obras, aunque un documento emitido en 1231 menciona la capilla y la casa de sus capellanes dentro del palacio del monarca. Esta referencia no parece responder a una reforma, lo más probable es que se hubieran habilitado algunas casas y se hubiera sacralizado un espacio ya existente en el palacio islámico en el que los clérigos de su capilla realizaban sus oficios religiosos.
Las fuentes no permiten conocer los edificios en los que se instaló la nobleza tras la conquista, aunque es posible que ocuparan las residencias más relevantes de la ciudad. Fue a finales del siglo, cuando comenzaron a construir en piedra sus casas-palacio en los solares que hasta entonces ocupaban isletas de casas islámicas, que derribaron total o parcialmente, manteniendo en gran medida el trazado urbano, para iniciar nuevas edificaciones de acuerdo a sus usos y siguiendo modelos góticos de arquitectura residencial, habituales en las ciudades mediterráneas.
Las nuevas casas aristocráticas, construidas por nobles y burgueses que se habían enriquecido con el desarrollo económico de la ciudad, solían tener tres plantas y estar articuladas en torno a un patio interior. La planta de acceso solía estar relacionada con el servicio, las funciones comerciales o productivas, aunque también tenía una parte privada, mientras que el último piso se utilizaba para el almacenamiento. En la primera planta solían situarse diversas estancias y la sala noble. Era el lugar de representación del poder de la familia en el que tenían lugar distintas celebraciones. Las salas nobles solían estar ricamente decoradas con frescos de temática caballeresca o geométrica y estaban cubiertas con artesonados de madera policromada, en los que se representaban motivos heráldicos o florales. En numerosas ocasiones se importaron a la isla piezas arquitectónicas como capiteles, columnas y ventanas coronellas, para enriquecer su decoración al exterior, lo que demostraba el poder económico y social de la familia que la habitaba.
Las infraestructuras productivas y comerciales
Para dinamizar la economía insular, Jaime I puso en marcha la remodelación del puerto de Portopí y llevó a cabo una intensa actividad edilicia en la ribera marítima, donde se desarrollaba la actividad económica desde época islámica. El rey donó algunos de sus edificios a comunidades de comerciantes genoveses, pisanos y marselleses, y el conde de Rosellón, Nuno Sanç en 1232 entregó un antiguo mercado islámico (azoch) al cónsul de los genoveses para que, en un periodo de cinco años, construyera nuevas casas en las que instalarse y comerciar. Al tiempo concedió licencias para abrir puertas y ventanas en los edificios de origen islámico en los que estaban establecidos los mercaderes provenzales, con el fin de facilitar su actividad económica. Debido al crecimiento descontrolado, la monarquía prohibió en 1273 la construcción de nuevas estructuras en la ribera, lo que desató una enorme especulación inmobiliaria.
También se pusieron en marcha algunos proyectos de urbanización de extensos espacios intramuros que permanecían sin edificar. Así en 1232 se planificó la creación de una plaza, que recibiría el nombre de Santa Eulalia y que pronto se convirtió en el centro neurálgico de la actividad artesanal y comercial. El conde Nuno Sanç, que era propietario de este lugar, comenzó a construir talleres que fue entregando a sus vasallos; en ocasiones les entregaba solares para que construyeran sus obradores y tiendas en las que desarrollar la actividad de los distintos oficios y la comercialización de sus productos. Además, el conde inició la construcción de un nuevo mercado de carne, indispensable para el abastecimiento de la ciudad.
A finales del siglo, la actividad constructiva continuaba en la plaza, aunque se centró en la construcción de pórticos donde comerciar y arcos que unían edificios enfrentados en la misma calle, que no debían interrumpir el tránsito de los viandantes. Aumentaron las licencias de construcción de edificios de almacenamiento, bodegas, hornos en Santa Eulalia, pero también en otras plazas que habían sufrido un proceso de urbanización similar, como Mercadal o la Quartera, donde el monarca estableció el peso del trigo. El nacimiento y la evolución de estos espacios permiten vislumbrar el rápido crecimiento de la actividad económica en la ciudad.
Algunos magnates y otros particulares promocionaron la construcción de molinos hidráulicos, destinados principalmente a la molienda de cereal. Así, Guillem Baster obtuvo licencia en 1239 para construir tres molinos dentro de la ciudad, cerca de la Almudaina, utilizando el agua de la acequia de la ciudad. Guillén inició la construcción de tres molinos, uno de ellos un batán, destinado a la producción textil, pero tuvo problemas judiciales con varios vecinos por el aprovechamiento del agua. Para solventar este conflicto se recurrió a la intervención del monarca. Finalmente, en 1247, Guillén llegó a un acuerdo por el que el rey le autorizaba a construir una nueva canalización de agua desde Esporles y la antigua acequia musulmana, para conducir el agua a sus molinos de la ciudad. Jaime I pagaría la mitad de los gastos (2000 sueldos anuales) de la construcción de la acequia y la edificación de los molinos. Sin duda, la construcción de una nueva acequia de más de 10 km era una importante y costosa empresa, que necesitó la financiación regia, además de la privada. No obstante, parece que diez años después ya se había culminado, pues en 1257 la hija de Guillem Baster heredó los tres molinos que había construido su padre. La acequia es conocida hasta la actualidad por el nombre de su promotor: la Acequia d’ En Baster o la acequia Basterra (declarada BIC en 2005)
Los nuevos edificios de culto
La toma de la ciudad sin capitulación significó la prohibición de la práctica del culto islámico, por lo que las mezquitas fueron repartidas entre los conquistadores. Los cristianos reutilizaron y adecuaron a su culto edificios ya existentes o iniciaron la construcción de nuevas iglesias.
De inmediato, la mezquita principal, que databa del siglo X, fue purificada y consagrada, convirtiéndose así en símbolo del nuevo poder y de la nueva religión dominante. A partir de entonces se inició el culto cristiano y se realizaron pequeñas modificaciones para convertirla en la iglesia principal de la ciudad. Posiblemente se realizaron altares provisionales para hacer visible su cambio de eje hacia el Este. En torno a 1240 se registran algunos trabajos para la construcción de capillas junto al altar mayor que fue consagrado en 1269. En 1306 se inició de la construcción de la catedral gótica, pero la nave central de la mezquita se conservó hasta 1386. Probablemente otras mezquitas urbanas vivieron un proceso similar pues sobre ellas se construyeron las iglesias de Santa María del Sepulcro o la parroquia de San Miguel; aunque la mayoría de ellas fueron reutilizadas con usos habitacionales o productivos.
A partir de 1230 comienza a construirse una red de capillas e iglesias, como la iglesia de San Bartolomé patrocinada por Nuno Sanç en la que se utilizaron columnas y capiteles importados del Rosellón, Languedoc o Girona. Asimismo, se pusieron los cimientos de la red parroquial reutilizando mezquitas, como en el caso de la parroquia de San Miguel, o realizando construcciones ex novo como en la Iglesia de Santa Eulalia, promovida por el conde de Rosellón, según modelos llegados del Languedoc. Además, se iniciaron las obras de San Nicolás y la parroquia de San Jaume (1235)
Desde su entrada en la ciudad fue muy importante para el monarca la presencia de las órdenes mendicantes en la isla. La predicación era necesaria para promover la conversión de los musulmanes al cristianismo, pero también para los nuevos pobladores, puesto que entre ellos había algunos cátaros. Jaime I favoreció el establecimiento de los dominicos a quienes donó un amplio espacio en un lugar privilegiado de la ciudad, en una plaza junto a la Almudaina para que construyeran y edificaran su convento e iglesia. Asimismo, donó un amplio solar ocupado con anterioridad por casas islámicas y huertos, cerca de la puerta del Campo que daba salida al mar, a la Orden de Santa Clara para que edificasen su convento. De la misma manera, los Franciscanos recibieron en 1232 un huerto junto a una de las puertas de acceso más importantes de la ciudad, aunque en 1279 se trasladaron a una zona más céntrica, junto a Santa Eulalia, donde comenzaron la construcción de su convento.
Los cistercienses se establecieron fuera de la ciudad. En 1232 Jaime I otorgó licencia a Nuno Sanç para que pudiera ofrecer un lugar en el que trece monjes del Císter pudieran vivir y construir su monasterio. Pocos días después, en junio de 1233, el conde donó a los monjes llegados de Poblet la villa de Esporles y otras propiedades para que edificaran el cenobio. Parece que la comunidad de monjes blancos levantó una pequeña construcción, aunque tal vez tuvieron algún problema que se desconoce para su supervivencia en este lugar.
En junio de 1239 don Nuno amplió su donación inicial concediendo a los monjes todo cuanto tenía en el lugar de La Real, además de otras muchas propiedades en la isla y la ciudad. Al parecer pronto los trece monjes se trasladaron a la nueva ubicación y se instalaron en un edificio ya existente denominado Alcásser (alcázar) en la documentación. Posiblemente se trataba de un edificio islámico de cierta importancia, tal vez con atribuciones militares o residenciales para la clase dirigente musulmana, situado a 3km de la ciudad. Es probable que de manera inmediata se iniciaran las obras de adecuación a su nuevo uso, pues en 1240 algunos documentos se refieren al monasterio de Santa María la Real, que antes de llamaba Alcásser de Nuno Sanç. En 1258 ya se estaba construyendo el pórtico del claustro. Las obras continuaban en 1272 bajo las órdenes del monje maestro de obra Oberto, posiblemente de origen franco. Poco se sabe de la estructura de esta edificación del siglo XIII, pues apenas se han conservado restos.
Además de los edificios de culto se pusieron en marcha varios hospitales para la asistencia a pobres y enfermos. En la plaza de Santa Eulalia, el conde de Roselló había entregado a la Orden de San Jorge de Alfama unas casas para la construcción de un hospital a las que añadió en 1234 la donación de un huerto y una antigua mezquita para ampliar sus instalaciones. Posiblemente se utilizó el patio de abluciones de la mezquita para el tratamiento de enfermos. El conde ordenó construir una capilla en la que se rezara por su alma, al tiempo que otorga licencia para construir un horno. Las obras debieron de iniciarse pronto, pues parece que en 1243 ya se estaba procediendo a la cubierta del edificio. Ese año el Comendador establece una parcela a un artesano para que pueda extraer de ella toda la tierra necesaria para la elaboración de tejas y otros elementos de construcción de barro, y además le otorga licencia para cocer estos materiales en el horno del hospital. A cambio, el artesano debía entregar un porcentaje de las tejas fabricadas, que posiblemente se emplearían en la cubierta del edificio.
Además de edificios de culto cristiano Jaime I también favoreció a la creación de sinagogas para la comunidad judía de la ciudad. En la carta de franqueza que concedió a los judíos en 1231, en la que regulaba las condiciones de su presencia en la isla, entregó a la aljama judía un edificio, al que denomina “palacio” situado en la Almudaina, para que en él pudieran construir una sinagoga. Poco se sabe del proceso de construcción de esta sinagoga que sería la principal de la ciudad hasta 1290. A partir de entonces comenzó a construirse la judería mayor en otra parte de la antigua medina, debido al crecimiento de la población judía en la ciudad, que hizo necesaria la edificación de la nueva sinagoga mayor.
Tras este pequeño recorrido por los inicios de la presencia cristiana en la antigua madīnat Mayūrqa es fácil imaginar la frenética actividad constructiva que se puso en marcha a su llegada para rehabilitar una ciudad muy lastimada por la guerra. Fue necesaria la llegada desde distintos lugares de una enorme cantidad de pobladores cristianos dedicados a los oficios de la construcción, como maestros de obra, canteros, carpinteros, pintores o alfareros; pero también se empleó mano de obra no especializada, entre la que se encontraban cristianos recién llegados y muchos musulmanes, hombres y mujeres, que fueron esclavizados tras la conquista.
La financiación corrió a cargo en gran medida de la monarquía, los magnates y otros particulares que recibieron bienes en el repartimiento y que iniciaron el proceso; pero también fueron importantes las donaciones piadosas de sumas de dinero destinadas a las obras de diversas iglesias y monasterios que los primeros pobladores incluyeron en sus testamentos. Al observarlas es fácil imaginar la cantidad de grandes obras que se estaban llevando a cabo de manera simultánea en una nueva ciudad cristiana “en construcción”.
Este lento proceso de reconstrucción y conversión de la ciudad, que se inició tras la conquista, fue transformando poco a poco durante toda la Edad Media el paisaje urbano hasta convertirla en una ciudad gótica en la que hoy apenas se aprecia su pasado islámico.
Para ampliar:
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