No cabe duda de que la inscripción grabada en el pie del Cáliz dice en árabe li-l-zāhira, en estilo caligráfico cúfico, que se caracteriza por la rigidez. El texto inscrito solo puede explicarse en relación con la ciudad palatina cordobesa de igual nombre
Carmen Barceló
Profesora honoraria de la Universidad de Valencia
Reliquias, trofeos y otros objetos a los que se concede un valor especial suelen actuar de recordatorio de personajes elegidos o tocados por la perfección. En general, se tienen por algo digno y merecedor de respeto. La conquista de Jerusalén durante la primera Cruzada (1099) favoreció la creación de un reino cristiano en aquellas tierras del Próximo Oriente (hasta entonces bajo el islam) y propició durante el siglo XII la llegada a Europa de las copas y platos donde se suponía habría celebrado Cristo la Última Cena, así como de partes de la pretendida madera de la cruz donde padeció la crucifixión.
Ahora bien, los documentos peninsulares de la Edad Media –que no describen la copa del Mesías– la llaman “cáliz” y a veces greal. El Grial, adaptación española del nombre que aparece en composiciones literarias europeas medievales, designa un cuenco dotado de supuestos poderes mágicos, en el que José de Arimatea habría recogido la sangre de Jesús crucificado.
Una de las reliquias veneradas en la catedral de Valencia es el cáliz (altura total 17 cm) también llamado Santo Grial. Es una copa romana de ágata (diámetro 9 cm) montada –según parece en el siglo XIV– en un cuerpo de oro formado por dos asas, fuste y garras que sujetan el pie formado por un cuenco bizantino ovalado, también de ágata, de los habituales en los siglos X al XII. Este último lleva sobre su cara exterior una inscripción que solo se conoció cuando fue sometido a limpieza en los años cincuenta del siglo XX.
No es mi objetivo determinar aquí si la citada copa fue usada por Jesucristo, tema que dejo en manos de la teología cristiana y de las creencias de cada cual.
También, junto a la valenciana, hay otras dos reliquias a las que atribuyen el honor de ser las auténticas: el cáliz de León y el Sacro Catino de Génova.
Este último, de cuerpo hexagonal (diámetro 32 cm), es de vidrio de color verde, bizantino o egipcio, de los siglos IX o X. Según la tradición fue llevado a Italia tras la Primera Cruzada; otros suponen que Alfonso VII (r. 1126-1157) se la habría dado a los genoveses que le acompañaron en el saqueo de Almería (1147). Se guarda en el museo del tesoro de la catedral de San Lorenzo y se tiene por copia de la bandeja –para algunos la copa– usada por Cristo en la Última Cena.
La otra reliquia es el cáliz llamado de «doña Urraca», reina de León (r. 1109-1126). Está en la basílica leonesa de San Isidoro, se ignora su origen y lo forman también dos cuencos romanos, en este caso de ónice. Margarita Torres y José Miguel Ortega sostienen que en su forma actual se remontaría al siglo XI y sería el auténtico Grial, donado en 1055-1056 por el califa fatimí de Egipto al-Mustanṣir (r. 1036-1094) a Iqbāl al-dawla (r. 1045-1076), de la taifa de Denia; éste lo habría regalado al rey Fernando I de León (r. 1035-1076). La hipótesis y la investigación realizada han merecido severas críticas por su escaso valor académico, los errores en la exégesis de los textos y la impostura de los dos documentos árabes sobre pergamino que Gustavo Turienzo Veiga pretende haber «descubierto» en persona nada menos que en la Biblioteca Nacional egipcia y luego en la Biblioteca de la mezquita y universidad islámica de al-Azhar, en El Cairo.
El Cáliz de Valencia
El profesor de la universidad de Valencia Ferran Arasa, experto estudioso del cáliz, cree viable que para hacerlo se utilizaran en la Edad Media una copa romana y un cuenco ovalado bizantino que formaría la base, ambos de ágata.
La copa elíptica, que se insertó al pie en forma invertida, lleva inscrito un epígrafe (ancho 15 mm), desde cerca de la boca hacia el pie, en el lado izquierdo de la cara externa posterior, casi paralelo al eje menor. Está inciso usando rueda y polvo abrasivo; quién lo realizó, dónde, cuándo y con qué intención son datos y circunstancias desconocidos.
Dicho epígrafe no se había visto nunca, ni se había mencionado antes en ninguna publicación hasta que el cáliz se limpió en la década de 1950. Antonio Beltrán, catedrático de Arqueología en la universidad de Zaragoza, fue quien lo descubrió al pasar su mano sobre la superficie del cuenco. Cuando editó su estudio en 1960 incluyó un calco del grabado e identificó su escritura árabe y sus caracteres de estilo cúfico.
Confiesa Beltrán que primero leyó al rah[w] rahun, obteniendo del diccionario árabe-francés de Kazimirski las peregrinas traducciones ‘ancho y plano’ y ‘rojo delicado’. Sin hallarle sentido a que se grabaran estos textos, consideró que fuera «li-lzahirati o lilzáhira», términos que tradujo: “«para el que reluce», «para el que da brillo», es decir, «para Dios»”, sin advertir el error de usar el masculino. Concluyó: “esta lectura estaría muy de acuerdo con nuestra opinión de que esta vasija pudiese ser utilizada como naveta para incienso”; pero al observar que el nombre grabado es femenino, dio otro significado, también poco exacto: “para la más floreciente”.
Además, el catedrático de Zaragoza consultó a Don Manuel Gómez Moreno y Don Emilio García Gómez, las figuras de máximo prestigio en la época en los campos de la Historia del Arte Islámico y la Filología Árabe, los cuales vieron li-l-zāhira ( للزاهرة ), una lectura que entendieron se refiere al alcázar que Almanzor (r. 981-1002) ordenó edificar en Córdoba.
Al-Zāhira
Es de sobra conocido que ‘Abd al-Raḥmān III había construido a poca distancia de la capital del califato una ciudad que llamó al-Zahrā’ ‘la más brillante’. Emulándola, el famoso gobernante al-Manṣūr levantó otra ciudad palatina como sede del gobierno de Hišām II (r. 976-1013), a la que dio el nombre más modesto de al-Zāhira ‘la brillante’. Erigida entre 978 y 981, esta nueva construcción tuvo una breve existencia, pues el califa al-Mahdī (r. 1009) ordenó destruirla y saquearla.
En este asunto Beltrán sigue los argumentos que le dieran los prestigiosos Gómez Moreno y García Gómez y entiende que lo grabado no se refiere a una persona de nombre al-Zāhira sino, como afirma, “al palacio cordobés, a cuyas vajillas ricas pertenecería, siendo de fabricación cordobesa y no importación de Oriente”, subrayando así la filiación del artesano, pero sin excluir que fuera un producto importado por el comercio que la península mantenía con Egipto y Siria en el siglo X.
Coincidiendo con el VIII Congreso Eucarístico Nacional (Valencia, 1972), el canónigo lectoral de la catedral de Valencia, Juan Ángel Oñate, en la nueva versión ampliada de un opúsculo suyo sobre el Cáliz, escrito con motivo del XXXV Congreso Eucarístico Internacional (Barcelona, 1952), contradice la lectura defendida por Beltrán. Partiendo del apriorismo de que es imposible que “hubiesen puesto como base del Santo Grial un vaso profano, que hubiese estado al servicio de los mahometanos”, con una fotografía engañosa que muestra las marcas blanquecinas producidas por la humedad en la piedra, y convencido de que “la inscripción, que se dice árabe, no había sido correctamente leída e interpretada”, Oñate se dirige a “un erudito árabe: el Dr. Youssef al-Farkh” (o al-Karkh como consta en los agradecimientos).
No hay bibliografía sobre la cultura árabe medieval a nombre del citado doctor ni evidencia de que investigara o escribiera sobre ella. Consta que Youssef al-Farkh fue amigo de los arquitectos Fernando Higueras (1930-2008) y Miguel Fisac (1913-2006) y medió para que los dos diseñaran edificios en los Emiratos Árabes. Como comprador de terrenos en Benidorm y Cullera fue cliente del conocido abogado valenciano Vicente Giner Boira que, dado su estatus, pudo tal vez poner al canónigo Oñate en contacto con él.
Al-Farkh dibuja dos palabras árabes que según parece ve en la fotografía del pie del cáliz y para la segunda propone Maryam, esto es María; para la primera tantea abadan ‘siempre’, abnā’ ‘hijos’ o lilbara ‘para la Humanidad’ (sic), pero se decanta por la que elige Oñate, que dice ha de leerse Almagd limariam y traduce “Gloria a María”. El ilustre canónigo remarca en nota que “otro arabista nos dijo que –tal vez– pudiera significar Gloria al hijo de María, lo que concordaría con nuestra hipótesis”, pero silencia su nombre y méritos.
Confiesa Oñate que efectuó una segunda consulta. Esta vez se dirigió a l’École Biblique et Archéologique Française de Jérusalem, fundada por la Orden Dominicana y entonces dirigida por el investigador del Nuevo Testamento e historia y literatura rabínicas padre Pierre Benoit. Contestó que el padre F. L. Lemoine, profesor de hebreo, arameo y siriaco en aquella fecha, proponía leer al-raḥīm ‘el misericordioso’, mandando el diseño y avisando que es un epíteto que dan a Dios los musulmanes; con ello basta para que Oñate lo ignore.
Oñate trasladó por carta a Beltrán la nueva hipótesis, basada en las lecturas de Al-Farkh y, según dice, el conocido arqueólogo le contestó haciendo notar que la inscripción había sido hecha “por manos inexpertas, que no conocen bien el árabe. La letra es muy tosca y falta de arte. Es burda: mozárabe sin duda”. Y con estas malas lecturas y peregrinos comentarios que no merecen crítica se cerró entonces el tema del epígrafe árabe.
El «grial» de Parsifal
No faltan otras conjeturas absurdas sobre nuestro letrero árabe, partiendo de conveniencias ideológicas. Una se basa en el mito del Grial, que nace con la narrativa europea del siglo XII basada en el ciclo artúrico bretón que daría pie a las novelas de caballería. En la narración Perceval, también llamada Le Conte du Graal del poeta Chrétien de Troyes (ca. 1135-ca. 1183), escrita hacia 1180, el niño Perceval –que aspira a ser caballero del rey Artús– entra un día en el castillo del rey Pescador y ve a un paje que lleva una lanza que gotea sangre y detrás una joven con un grial o copa luminosa. Al día siguiente todo ha desaparecido y marcha con sus compañeros en busca del castillo del graal.
En la tradición alemana, que inspira la ópera de Richard Wagner (1813-1883), se identifica el Grial con una piedra preciosa. La abadesa y mística Hildegard von Bingen lo relaciona con la lapis exillis, piedra desprendida de la corona de Lucifer en el momento de su rebelión contra Dios. En 1983 Hans-Wilhelm Schäfer, profesor de literatura en el Colegio Humboldt (San José, Costa Rica), pretendía leer en el cáliz valenciano (alterando el diseño del grabado) al-labzit ṣilīṣ para conseguir así reproducir el latín LAPSIT EXILLIS del Parzival (IX, 469) de la leyenda del Gral o Grial de Wolfram von Eschenbach. Se ocupó de desenmascarar tal manipulación el conocido arabista alemán Paul Kunitzsch en 1984, quien manifestó su opinión a favor de la lectura de sus colegas españoles antes citados, es decir li-l-Zāhira.
Consideraciones finales
Antes de reeditar su estudio en 1984, Beltrán revisó el tema del epígrafe y para ello consultó con el catedrático de Zaragoza, Federico Corriente, otro arabista de prestigio internacional, que le ratificó que la lectura li-l-Zāhira era la correcta.
Pero de nuevo Oñate en su tercera edición (1990), añade en nota que él mismo viajó a Jerusalén y en la École Biblique consultó con varios especialistas que creyeron que la inscripción estaba en escritura hebrea, aunque no supieron transcribirla ni traducirla; aunque el conocido arqueólogo y biblista Michele Piccirillo (1944-2008) del Studium Biblicum Franciscanum le dijo que era árabe y se debía leer Al-Zahirah ‘la Florida’.
Parecía que a finales del siglo XX estaba zanjado el tira y afloja entre realidad epigráfica e histórica y las fantasías basadas en apriorismos. Pero la búsqueda de la notoriedad que fomentan y favorecen las redes sociales ha dado pie a nuevos desvaríos.
En fechas recientes, Gabriel Songel (2015) y Juan Agustín Blasco Carbó (2016), sin conocer ni el alfabeto, ni la epigrafía ni la lengua árabe ni tampoco el hebreo, jugando el primero con el diseño gráfico, duplicando y añadiendo letras, o directamente a partir de li-llāh ahwah el segundo, pretenden leer “Jesús (es) Dios”. Son divertimentos intelectuales de sus autores, nada científicos; harían bien en avisar de ello, pues es indigno abusar de la buena fe religiosa de sus lectores.
En cuanto al grabado árabe en sí mismo, como ya se ha dicho se trazó con una rueda metálica que gira de manera manual a alta velocidad, untada de aceite, con polvo abrasivo, que dejó en el cuenco la huella de sus pasadas. No cabe duda de que dice en árabe li-l-zāhira, en estilo caligráfico cúfico, que se caracteriza por la rigidez. El texto inscrito solo puede explicarse en relación con la ciudad palatina cordobesa. Suponiendo que se hiciera en la península ibérica bajo el islam y no en Oriente, las posibilidades de fechar la letra son amplias pues los signos presentes son escasos y poco característicos en Epigrafía incisa. Con todo, sus formas coinciden con las que se ven en las tierras del oeste de al-Andalus desde el año 975 hasta por lo menos 1147.
Para ampliar:
- ARASA I GIL, Ferran (2014): «2. Gemma formata in poculum. Aproximación arqueológica al Santo Cáliz de Valencia», en M. Navarro Sorní (coord.), Valencia Ciudad del Grial. El Santo Cáliz de la Catedral. Valencia: Ajuntament de València (Colección Història 55), pp. 26-51.
- ARASA I GIL, Ferran (2021): «9. El Santo Cáliz de Valencia. Una aproximación desde la Arqueología», en P. Casañ Muñoz (coordinador): Voces del Grial. El Cáliz de Valencia-Aragón: Tradición, Historia, Ciencia y Hospitalidad, Valencia: Olé Libros, p. 161-181.
- BELTRÁN, Antonio (1960; 19842): Estudio sobre el Santo Cáliz de la Catedral de Valencia.Valencia.
- GARCÍA SANJUÁN, Alejandro (2015): «El Grial de León, entre la Historia y la fantasía», Revista de Libros, 23 de noviembre.
- KUNITZSCH, Paul (1984): “Erneut: Der Orient in Wolframs ‘Parzival’”, en Kurt Ruh, Zeitschrift für Deutsches Altertum und Deutsche Literatur, CXIII/2, pp. 79-111.
- MOLINA, Luis (2017): «La «invención» de una reliquia en el siglo XXI: el Grial de León en las crónicas árabes», Revista de Libros, 5 de julio.
Bibliografía citada pero no recomendable:
- BLASCO CARBÓ, J. A. (2016): «La doble lectura de la inscripción del pie del Santo Cáliz», Línteum. Revista del Centro Español de Sindonología, 60, p. 13-31.
- OÑATE OJEDA, J. Á. (1952): El Santo Grial. El Santo Cáliz de la Cena, venerado en la Santa Iglesia Catedral Basílica Metropolitana de Valencia (España). Su historia, su culto, sus destinos, Valencia, Tipografía Moderna; Valencia, Imprenta Nácher19722; Valencia, Santa Iglesia de Valencia, 19903.
- SCHÄFER, Hans-Wilhelm (1983): Kelch und Stein. Untersuchungen zum Werk Wolframs von Eschenbach, Frankfurt am Main, Peter Lang; 19852, Frankfurt am Main, Peter Lang.
- SCHÄFER, Hans-Wilhelm (1984): «Wolframs Calix Lapideus», Zeitschrift für deutsche Philologie, 103/3, p. 370-377.
- SONGEL, G. (2015): «El patrón de diseño del Santo Cáliz de Valencia», Revista de Bellas Artes, 13, p. 227-248.
- SONGEL, G. (2017): «Aproximación al estudio iconológico del Santo Cáliz de Valencia», Archivo de Arte Valenciano, 98, p. 24-34.
- SONGEL, G. (2018): «Aproximación a la autoría y significado de la inscripción del Santo Cáliz de Valencia», Archivo de Arte Valenciano, 99: Valencia, pp. 23-33.
- SONGEL, G. (2020): El Cáliz revelado. Valencia: Tirant lo Blanch.
- TORRES SEVILLA, Margarita y ORTEGA DEL RÍO, José Miguel (2014): Los reyes del Grial, Madrid, Reino de Cordelia.