En 1627 los corsarios de Salé y Argel realizaron su «viaje más largo»: se aventuraron por el Atlántico, capturando barcos pesqueros y mercantes y asaltando las costas de islas y pueblos ingleses e irlandeses, y finalmente llegaron hasta Islandia
Þorsteinn Helgason
Universidad de Islandia
Traducción de Maribel Fierro
El curso de los acontecimientos
Entre los bordes de Europa, Islandia en el norte y el Mediterráneo en el sur, se produjo un violento choque en 1627. La combinación del desarrollo de las técnicas de navegación, las maniobras políticas y una oportunidad propicia hizo posible que los corsarios de Salé (Marruecos) y Argel zarparan a principios del verano de 1627 rumbo a Islandia. Asaltaron las costas del suroeste, las islas Vestman frente a la costa sur y los fiordos orientales.
Los corsarios de Salé fueron los primeros en llegar en un barco. Asaltaron con astucia un pequeño puesto comercial llamado Grindavik y capturaron a unas 30 personas, en su mayoría islandeses y unos pocos daneses, además de uno o dos holandeses, y dos barcos mercantes. Uno de ellos fue entregado como recompensa a los marineros ingleses que habían ayudado en la incursión. Un islandés anciano fue liberado y otro herido de muerte al resistirse.
Tras esta exitosa incursión, los corsarios rodearon la península de Reykjanes y se prepararon para atacar Bessastadir, sede temporal del gobernador danés, que en aquel momento era un capitán profesional de la Marina Real. Había varias personas reunidas en misión oficial en su residencia. El capitán ordenó algunas medidas de defensa, sobre todo como una simulación que pudiese ser vista desde lejos. Esta estratagema funcionó, siendo de ayuda también que uno de los barcos corsarios encalló en un arrecife. Una vez que el barco consiguió navegar de nuevo, los corsarios se marcharon y finalmente regresaron a Salé para vender su mercancía humana en el mercado.
Un mes más tarde, dos barcos corsarios procedentes de Argel aparecieron en los fiordos del este. Al principio lograron engañar, pero luego pasaron a la acción violenta y fueron de granja en granja, capturando gente, matando a unos e hiriendo a otros. Su cosecha se saldó en 110 cautivos y nueve bajas. Sin embargo, la mayoría de los habitantes consiguieron huir.
Los corsarios se dirigieron luego hacia el oeste, ayudados por un tercer navío que se había retrasado. El objetivo eran las islas Vestman, donde la población era una de las más densas de Islandia, si bien no había ciudades, ni siquiera pueblos. Los isleños eran una presa fácil. Sin embargo, un grupo de comerciantes daneses y un capitán lograron escapar a tierra firme en botes de remos, mientras que bastantes habitantes pudieron esconderse en acantilados y cuevas de la pequeña isla. El resultado fueron 234 cautivos y 34 muertos, según los escribas islandeses. Los corsarios quemaron la iglesia de la isla, capturaron a uno de los dos pastores, un tal Ólafur Egilsson, y mataron al otro, que desde entonces lleva el nombre de «Jón píslarvottur», Jón el mártir.
Cautiverio y liberación
Los cautivos de la segunda incursión corsaria fueron vendidos en los mercados de Argel a diferentes patrones, unos más duros y otros menos. El pastor de las islas Vestman fue liberado poco después y se le ordenó que se reuniera con su gobernante, el rey danés, para pedirle rescate. El pastor Ólafur era una persona resistente y encantadora y viajó por Europa en plena Guerra de los Treinta Años hasta llegar a Copenhague. Por desgracia, las arcas de su rey estaban vacías tras perder una guerra contra el ejército imperial católico. El pastor Ólafur se embarcó hacia Islandia y escribió una crónica de sus experiencias que se difundió por todo el país en copias manuscritas. Esta era una forma habitual de transmitir historias y noticias, ya que la imprenta resultaba más cara.
Poco a poco, una vez que el Reino danés recuperó sus territorios y algo de dinero en las arcas, el rescate de las pobres almas de Berbería entró en la agenda. El rey y la Iglesia trabajaron en la misión y se recaudó dinero en los países del Reino: Islandia, Dinamarca y Noruega. Dinamarca apenas tenía experiencia en el Mediterráneo, por lo que se pidió ayuda a los «mercaderes del mundo», los holandeses, para negociar las condiciones de liberación de los cautivos y su devolución. De las casi 400 personas capturadas, 35 fueron rescatadas por medios oficiales, tras siete u ocho años de cautiverio y esclavitud. Muchos de los cautivos originales habían muerto prematuramente de enfermedades para las que no tenían inmunidad o se habían convertido al Islam, voluntariamente o no. Unos pocos habían recuperado la libertad por sus propios medios o con la ayuda de mercaderes holandeses. Ocho años más tarde, dieciséis años después de la incursión, se abrió una nueva oportunidad para que las autoridades danesas rescatasen a los que aun quedaban con vida y firmes en su fe. Ocho personas fueron rescatadas, entre ellas una tal Bárbara con sus tres hijos, algo poco frecuente. Finalmente llegaron a Copenhague en 1645. En comparación con otros países, la tasa de rescate no es la peor: un uno por ciento de los cautivos que, a su vez, constituían cerca del uno por ciento de la población en Islandia. Incursiones similares se llevaron a cabo en las Islas Feroe en 1629 y en Baltimore, Irlanda, dos años más tarde, sin que se liberara a ningún cautivo, según consta en los documentos.
Para los islandeses, la vida urbana en Marruecos y Argelia era una experiencia totalmente nueva. Ser cautivos, esclavos o libertos ya era una experiencia de por sí, y luego, moverse en un entorno densamente urbano con variedad de clases sociales, ocupaciones e idiomas resultaba intrigante y aterrador para muchos. Uno de los cautivos escribió en Argel a sus parientes y amigos en 1631:
Aquí se encuentran numerosos pueblos viviendo juntos, primero la raza turca, luego los moros y los negros, cada uno con una lengua peculiar. Luego el pueblo judío y los que antes eran cristianos y ahora se han convertido. También los cautivos cristianos de todos los países conocidos y reconocibles, especialmente muchos centenares de España y Francia, Alemania, Inglaterra, Holanda y Dinamarca, Valland [tierras celtas], Grecia, India y otros pequeños países, islas y periferias. Además, hay una gran abundancia de lenguas de las que no sé nada.
Los «moros» podían ser de varios tipos. Algunos probablemente se habían trasladado o huido de España, otros podían ser moriscos expulsados en el año 1610 y siguientes. Aún se conservan las cuentas de los rescates de 1635-1636 y en ellas aparecen los propietarios. Allí se encuentran nombres como (en la ortografía literal), Mamet Chrif andelus, Cassam andelus (dos veces) y N.N. Moor.
Los orígenes de la incursión
La incursión en Islandia de 1627 comenzó en Salé, Marruecos, según los resultados de mi investigación que, sin embargo, pueden ser discutidos. He señalado como el «cerebro» de la incursión a Murad Reis, alias Jan Janszoon, nacido y criado en Harlem en los Países Bajos. Era un marinero experto, capturado por corsarios argelinos, que adoptó sus costumbres y se convirtió al islam. Llegó a ser capitán corsario (reis) y almirante en Salé, operando también en Argel.
Obviamente, Murad Reis actuó en un ambiente y un entorno político determinados. Uno de los factores más influyentes fue la expulsión de los moriscos de España. Los moros[1] y los moriscos llegaron por periodos, algunos de ellos antes de la expulsión de la década de 1610. Poco después del decreto para expulsar a los moriscos, los habitantes del pueblo de Hornachos en Extremadura se convirtieron en un caso especial. Habían conseguido un estatus casi independiente que les permitía llevar armas, hablar árabe y adorar a Allah, todo lo cual estaba prohibido en la España de la monarquía. Al final, el pueblo aceptó más o menos el exilio y marchar hasta Salé, donde se instalaron en un castillo abandonado junto al mar, lo fortificaron y equiparon con cañones holandeses modernos.
Los Moriscos/Andalusíes tenían motivos para vengarse de España e incluso para intentar recuperar algún territorio. A veces actuaban en cooperación con los ingleses con los que tenían a España como enemigo común y lo mismo ocurría con Holanda. Así, los dos grandes amos de los océanos se sirvieron de Salé, la ciudad corsaria que en el otoño de 1627 se independizó de la monarquía marroquí en medio de luchas internas entre los moros que el emisario inglés John Harrison consiguió reconciliar.
Los corsarios de Salé —y los argelinos— siguieron asaltando las costas de España y de las Canarias, pero estas cada vez estaban más defendidas y fortificadas. Luego los corsarios se aventuraron por el Atlántico, capturando barcos pesqueros y mercantes y asaltando las costas de islas y pueblos ingleses e irlandeses, y finalmente llegaron hasta Islandia, «El viaje más largo de los corsarios», como he titulado mi libro sobre el tema.
Las secuelas
¿Fue la incursión ‘turca’ en Islandia la venganza final de los moriscos, una yihad islámica en tierras cristianas, el último regalo de la fe del Profeta a los herejes, o simplemente una empresa económica? Tal vez un poco de cada, dependiendo de quienes tenían interés en la incursión. Murad Reis no era el único «renegado» de origen europeo cristiano. La mitad de los capitanes corsarios eran conversos de este tipo y pusieron su destreza al servicio de las ciudades corsarias de Salé y Argel. Actuaban en nombre de sus autoridades municipales, pero eran empresas privadas.
En conjunto, el asalto a Islandia fue una anomalía, una iniciativa abortada, que no respetó las normas y costumbres de la actividad corsaria/privada legal. Para los islandeses, era un hecho con el que había que lidiar. Tuvieron mucho que aprender, aunque los piratas y mercaderes ingleses ya habían hecho estragos varias veces y de forma especialmente grave en las islas Vestman una década antes. En una ocasión, los piratas ingleses tomaron como rehén a una persona prominente y exigieron el pago de un rescate. La incursión de 1627, sin embargo, no tenía precedentes.
En 1630 se escribió una carta real en la que se sugería una colecta de fondos para los rescates que, finalmente, dio sus frutos, como se ha descrito anteriormente. Los aspectos mentales y culturales también fueron importantes. Inmediatamente, los que sabían leer y escribir empezaron a redactar relatos sobre la incursión. Un funcionario que vivía cerca de las islas Vestman fue el primero, luego el pastor Ólafur Egilsson con su diario de viaje, como ya se ha mencionado, y después se escribieron otras narrativas, también poesía, y finalmente una historia completa de la incursión ‘turca’ fue escrita en 1643.
En 1650, se donó un retablo a la iglesia de Kross, en el distrito sur del continente, el más cercano a las islas Vestman. Los donantes fueron el primer cronista de la incursión y un comerciante danés que operaba en las islas y supervisaba la reconstrucción de la iglesia de las islas Vestman que los corsarios habían incendiado. Estudié su iconografía y, tras una minuciosa investigación, llegué a la conclusión de que era una interpretación de la incursión ‘turca’ y, en particular, del asesinato del mártir Jón. En términos bíblicos cristianos, esa reconstrucción sirvió como expiación y reconciliación por la incursión y el martirio. El retablo se pintó en Dinamarca, pero probablemente dos de los hijos del mártir Jón participaron en su creación.
Desde el siglo XVII no han cesado la creatividad cultural relacionada con la incursión. Los relatos fueron copiados a mano y luego fueron impresos, se han escrito y cantado poemas, incluso ha habido dos intentos de hacer óperas; se han escrito novelas históricas y se han hecho documentales, y está en marcha una serie de televisión de ficción, por poner algunos ejemplos.
Por último, es pertinente una historia personal, la de una joven llamada Anna Jasparsdóttir, de las islas Vestman. Fue capturada junto con su padre, mientras su marido escapaba de la incursión. En Argel fue comprada por «un español que había sido capturado de joven y obligado a abandonar su fe papista», según testificó el padre de Anna al obispo cuando regresó a Islandia. Se llamaba Juss Hamet, según la ortografía de los documentos. Anna le había persuadido para que pidiera rescate por su padre, rescate que resultó ser uno de los más caros. Anna, a su vez, se casó con su amo y tuvo hijos con él más tarde. «Dios sabe que hizo una buena obra con nosotros», testificó el padre de Anna. De vuelta a Islandia, sus antiguos vecinos atestiguaron por escrito que la de Anna era un alma perdida para que su antiguo marido pudiera casarse de nuevo.
¿Tenemos aquí a un morisco de España y a «la reina de Argel» como decía la leyenda en Islandia?
Para ampliar:
- Ólafur Egilsson, The travels of reverend Ólafur Egilsson : the Story of the Barbary Corsair Raid on Iceland in 1627, translated by Karl Smári Hreinsson and Adam Nichols, Washington: Catholic University of America Press, 2016.
- Þorsteinn Helgason, The Corsairs’ Longest Voyage. The Turkish Raid in Iceland 1627. Leiden & Boston: Brill, 2018.
- Þorsteinn Helgason (script and direction), Atlantic Jihad. TV documentary, Seylan/Avro/TG4, 2003.
- Þorsteinn Helgason, The Pen and the Borrowed Sword: 500 years of Icelandic defense policy. Scandinavian Journal of History, 33:2, June 2008: 105-121.
- Steinunn Jóhannesdóttir, L’esclave islandaise. Paris: Gaïa, 2017 (novela).
- Bernard Lewis, Corsairs in Iceland, Revue de l’occident Musulman et de la Méditerranée 15:1, 1973: 139-144.
Notas:
[1] El autor utiliza la terminología de las fuentes europeas para hacer referencia a la población indígena del Norte de Africa y a los musulmanes de la Península (nota de la traductora).