Entre dos cartas, escritas a una distancia de varios siglos, nos acercarnos a la historia de la Lisboa islámica
Manuel Fialho
Universidade de Lisboa
Este artículo sobre la Lisboa musulmana (al-Ušbūna en árabe) se centra en un período cronológico que se puede circunscribir en dos momentos en los que se escribieron dos cartas. La primera, por un musulmán, a mediados del siglo IX, y la otra por un cristiano, tres siglos después. El lapso de tiempo entre estas dos cartas coincide con el período en que Lisboa era verdaderamente musulmana, es decir, cuando estaba dominada políticamente por autoridades que formaban parte del mundo islámico, en ese ultraperiférico Garb al-Andalus al-Aqṣā, el extremo del Occidente de al-Andalus.
En pleno verano de 844, ʽAbd al-Raḥmān II, cuarto emir de al-Andalus, recibió de Wahb Allāh ibn Ḥazm, el primer gobernador conocido de al-Ušbūna, una carta en la que este último le advertía que varias decenas de barcos pertenecientes a los Maǧūs, es decir, vikingos, se preparaban para atacar la ciudad. En respuesta, el emir omeya, según el cronista Ibn ʽIḏārī, dio instrucciones al gobernador para que se mantuviera alerta, sin hacer referencia a ningún tipo de apoyo que pudiera enviarse a Lisboa. Esta información revela bien, no sólo las limitaciones de la potencia emiral a la hora de proteger la costa atlántica de su vasto territorio ibérico, sino también las dificultades a las que se enfrentaba Lisboa al no contar con el apoyo de una armada que le permitiera una cierta seguridad marítima, fundamental aspecto para una ciudad situada en la desembocadura de uno de los mayores estuarios europeos.
Tres siglos después, en octubre de 1147, un clérigo inglés escribe una carta dirigida a un tal Osberno, narrando con detalle uno de los grandes logros de la segunda cruzada, a saber, la conquista de Lisboa por Afonso Henriques y los cruzados. La descripción de la ciudad revela una ciudad de tamaño considerable, especialmente a los ojos de un hombre del norte de Europa, notoriamente poco acostumbrado al tamaño de las ciudades mediterráneas. Al-Ušbūna quizás fuese la ciudad más grande que este cruzado había visto. La Lisboa musulmana alcanzaba, en su fase final, unas 60 hectáreas de superficie urbana, es decir, era una ciudad de segunda, en la escala urbana de al-Andalus, en el mismo grupo que Almería, Murcia o Valencia y sin duda la mayor de Garb al-Andalus. Este hecho sólo se ha puesto de manifiesto en los últimos años, con la relectura de fuentes documentales junto con los datos de las numerosas excavaciones arqueológicas que, en las últimas décadas, han desvelado la verdadera dimensión urbana de al-Ušbūna, una ciudad mucho más grande de lo que antes se pensaba.
Entre la composición de estas dos epístolas, es decir, entre mediados del siglo IX y mediados del XII, la ciudad de la desembocadura del Tajo creció mucho, pues su área urbana se habría duplicado fácilmente, o quizás incluso más. Poco después de la conquista de la Península Ibérica por el Islam, a principios del siglo VIII, es probable que la ciudad gozara de un estatus similar al recogido en el famoso tratado de Tudmir, en el Levante de al-Andalus. De ser así, esto permitía a la mayoría cristiana permanecer en posesión de sus propiedades, manteniendo su religión, siempre y cuando se pagaran los impuestos que gravaban a los ḏimmíes. La ḏimma era el estatus otorgado a los ahl al-kitāb, «la gente del Libro», es decir, cristianos y judíos, receptores antes que los musulmanes de una Escritura sagrada. Además de esta hipótesis altamente probable, sabemos que en el año 809 un tal Ṭumlus intentó iniciar una revuelta con base en al-Ušbūna y que abarcaba el extremo occidental de al-Andalus hasta Coimbra. Pero en poco tiempo la insurrección habría sido sometida, y el líder rebelde acabará asesinado por sus propios compañeros, que rápidamente se pondrán al servicio del emir de Córdoba al-Ḥakam I. Fue con posterioridad cuando se escribió nuestra primera carta, redactada en 844, momento en el que se hace incuestionable que la ciudad de la desembocadura del Tajo estaba gobernada directamente por autoridades islámicas. Sin embargo, como hemos observado, la carta del gobernador y la propia respuesta del emir revelan una ciudad frágil y asustada, con pocos o ningún medio del poder emiral para protegerla. La incapacidad de hacerse con el control de la costa atlántica tuvo un gran impacto en el desarrollo de Lisboa. De hecho, pensamos que mucho más que la mera distancia de Córdoba, a menudo referida como la cuestión que explica el desinterés de los omeyas por al-Ušbūna, deberíamos considerar la inseguridad atlántica como el punto central. Téngase en cuenta que la distancia que separa a Saraqusṭa (Zaragoza) de la capital de los omeyas es superior en 200 km a la que separa a Córdoba de la ciudad del Tajo y no por ello dejó de ser Zaragoza una ciudad de gran importancia estratégica. Lo cierto es que Saraqusṭa no estaba bajo la amenaza de ataques marítimos como lo estaba Lisboa, algo que solo llegó a cambiar cuando el poder central decidió proteger eficazmente la ciudad del Garb. La primera evidencia de una nueva mirada del poder central sobre al-Ušbūna está en la implantación de un sistema de ṭalī’a y ḥusūn, es decir, torres de vigilancia y fortificaciones, en la costa atlántica y también en el propio río Tajo, implantación que se habría producido principalmente a partir de mediados del siglo IX.
Pero para que Lisboa desarrollara su potencial era necesario que se dieran dos factores: la creación de una flota y la realización de trabajos de renovación en el sistema defensivo de la ciudad. Y así fue, gracias a la intervención del ḥāǧib Almanzor. La ciudad elegida para albergar la flota atlántica no sería, sin embargo, Lisboa, sino Qaṣr Abī Dānis, la actual Alcácer do Sal, donde Almanzor estableció una importante base naval, que obviamente también defendería Lisboa y el Tajo. El primer paso estaba dado.
A mediados del siglo pasado se encontró una lápida con dos inscripciones, una en latín y otra en árabe, esta última sin descifrar hasta hace unos años. Este epígrafe revela que en el año 985 se llevaron a cabo importantes obras de remodelación en la ciudad del Tajo que no se describen, pero que suponen una reforma del sistema defensivo, muy posiblemente del cerco urbano, que en varios tramos estaba sostenido por la muralla de la Antigüedad tardía. Es imposible decir con certeza en qué consistió la renovación de madīnat al-Ušbūna, que también pudo haber incluido reformas en los principales edificios públicos, como la Gran Mezquita o los baños. Decir que este epígrafe confirma la construcción de la Alcazaba de Lisboa en esta fecha es poco fiable, ya que la piedra que contiene la inscripción, a pesar de haber sido encontrada en la muralla del castillo, estaba fuera de su contexto original. Servía en efecto de mera piedra de relleno que podría proceder de cualquier parte de la ciudad, detalle que no se puede pasar por alto.
Sea como fuere, lo cierto es que al-Ušbūna se benefició decisivamente de la actuación de remodelación de Almanzor, no sólo por las intervenciones urbanísticas que ciertamente se produjeron, sino principalmente por la puesta en marcha de una flota atlántica que haría de la ciudad del Tajo un lugar mucho más seguro y atractivo para las iniciativas comerciales. Se inició así un período de amplio crecimiento urbano sostenido en la producción agraria de su término productivo, mencionado por varios geógrafos árabes del siglo X, y también en el comercio marítimo que Lisboa ahora podía finalmente acoger. Por lo tanto, no sorprende que los datos de las excavaciones arqueológicas sugieran que los primeros signos de expansión en las afueras occidentales de la ciudad se remontan al siglo X. Además, tenemos noticias por vez primera de un cadí (juez islámico) en la ciudad. Se trata de Humām b. Aḥmad b. ‘Abd Allāh, un ulema de Córdoba probablemente enviado por el poder central a esa Lisboa que poco a poco iba cobrando relevancia. Este Humām b. Aḥmad fue una figura de cierta importancia en el panorama político del oeste de al-Andalus, ya que también fue cadí en Évora y Santarém, quizás operando como agente de Almanzor en el Garb. Por todo ello, podemos decir que la seguridad y estabilidad que proporcionó la estrategia de Almanzor dio buenos frutos, como demuestra la vitalidad de al-Ušbūna tras su intervención.
Como sabemos, los hijos de Almanzor no tenían la misma capacidad política que su padre para mantener el dominio sobre al-Andalus. Desde principios del siglo XI fueron surgiendo varios reinos independientes, las taifas, por todo el territorio califal. Lisboa, en una etapa temprana, se integró en la gran taifa de Badajoz, en manos de Ṣābūr al-ʽĀmirī, un liberto de Almanzor de origen eslavo, que quería establecer una dinastía en el Garb. Sin embargo, sería el bereber Ibn al-Afṭas, mano derecha de Ṣābūr, quien instauraría una dinastía con sede en Badajoz, apartando del poder a los herederos del antiguo líder. Según Ibn ʽIḏārī, los hijos de Ṣābūr se refugiaron en Lisboa, manteniendo el control de la ciudad hasta los años treinta de este siglo.
Lo que sucedió en al-Ušbūna entre la caída de Ṣābūr y el final del gobierno afṭasí a fines del siglo XI no está registrado en fuentes conocidas. Este hecho nos obliga a tratar de comprender la historia de la ciudad a partir de la arqueología, a considerar detenidamente los diccionarios biográficos y también a observar lo que sucede en las ciudades y reinos que interactuaron con la ciudad del Tajo.
Los niveles de islamización en la ciudad ya eran considerables a mediados del siglo XI, ya que solo esto explica la existencia de familias de ulemas de Lisboa, como la de Abū l-Ḥasan ‘Alī b. Ismāʽīl al-Fihrī al-Qurašī, nacido en Sacavém, que estudió en Córdoba, llegando a ser maestro de adab y poesía árabe, reconocido como erudito en derecho y tradición islámica. Algunos otros ulemas de Lisboa de esta época parecen ser de origen bereber, a pesar de tener nisbas tribales árabes, lo que indica una adopción onomástica que a menudo reflejaba un vínculo clientelar. Pero Lisboa, al margen de la presencia de algunos casos de ulemas puntuales, estaba muy lejos de ser un centro de conocimiento en al-Andalus. De hecho, los ulemas de Lisboa que visitaron o estudiaron en Córdoba rara vez regresaron a Lisboa y no hay noticias de que alguno de ellos creara una red de discípulos locales. Además, no hay información sobre ulemas que hayan viajado a la ciudad de Tajo para estudiar allí. Al-Ušbūna fue una ciudad que vivía principalmente de los productos elaborados en su término y de la posición estratégica que ocupaba en las rutas comerciales, aspecto que cobró relevancia precisamente a partir de principios del siglo XI. Por tanto, los lisboetas de esta época posiblemente estarían liderados por familias bereberes profundamente islamizadas y arabizadas, plenamente insertas en el universo cultural y en el panorama político de al-Andalus. Además de las élites bereberes, es muy probable que una parte considerable de la población de al-Ušbūna siguiera siendo cristiana, aunque en gran parte arabizada, ya que las comunidades cristianas del Garb mantuvieron una importante presencia demográfica hasta muy tarde, como veremos.
Es muy difícil percibir el grado de influencia de los afṭasíes de Badajoz en esta ciudad que se ubicaba en el extremo occidental de su taifa, e incluso es posible que los lisboetas hayan logrado algún tipo de autonomía, navegando en las complejas aguas de la política del siglo XI occidental peninsular que estaba guiada por varias potencias no solo musulmanas sino también cristianas: los afṭasíes de Badajoz, los ʽabbadíes de Sevilla, Alfonso VI de León y Castilla y el conde Enrique de Borgoña. De lo que sí podemos estar seguros es de que la ciudad siguió creciendo e incluso aumentó su dinamismo económico durante el período de las taifas, como lo indican los restos arqueológicos, a saber, la aparición de huellas de consumo y también de producción alfarera, tanto importada como local, en varios lugares de la ciudad durante el siglo XI, realidad que parece ser mucho más señalada en el siglo anterior. Además de las huellas de la vida cotidiana, la Arqueología ha revelado otros factores que confirman el indudable dinamismo de la ciudad en ese poco conocido siglo XI. En este período se construye el barrio residencial en lo alto del cerro del Castelo, que se puede visitar en el actual núcleo arqueológico del Castelo de S. Jorge, que configura un barrio donde habitarían las élites más cercanas al poder, en casas de patio central con tamaño muy razonable. También parece que durante el mismo período se llevaron a cabo importantes obras en el centro de la medina, quizás vinculadas a la construcción o renovación del conjunto de la mezquita aljama de la ciudad, sobre el que todavía estamos esperando los resultados de las últimas excavaciones. Se pavimentaron las vías más importantes de la periferia occidental, espacio donde funcionaban hornos de cerámica que producían loza para el consumo de los habitantes de la ciudad y su territorio. En ambas zonas en las afueras de la ciudad se puede observar la expansión urbana que se produjo en el siglo XI, durante el cual Lisboa parece haber crecido en todas las direcciones.
La llegada de los almorávides a principios del siglo XII no perturbó lo más mínimo la expansión urbana de al-Ušbūna. Por el contrario, la ciudad continuó su crecimiento, aumentando en superficie y también en densidad urbana. Una vez más, la arqueología reveló otro barrio residencial que demuestra un trazado urbano planificado y regular, en la Praça da Figueira, cerca de una importante vía que salía de la ciudad hacia el Noroeste. Este barrio, por el tamaño de sus pequeñas casas, parece haber estado habitado por segmentos sociales muy diferentes a las élites que vivían en la Alcáçova. Mientras el arrabal crecía con pequeñas casas construidas en poco tiempo, en la Alcáçova las élites almorávides pintaban y remodelaban sus viviendas en lo alto del Cerro del Castillo.
En el siglo XII, hacia 1109, la ciudad de la desembocadura del Tajo tuvo un visitante inesperado. Sigurd Magnusson, rey de Noruega, trajo una vez más una flota procedente del norte a las tranquilas aguas del Tajo, con la diferencia de que el rey vikingo ahora era cristiano. En la epopeya que narra el paso del rey cruzado por Lisboa, hay un comentario en el que se afirma que Lisboa era mitad pagana y mitad cristiana, lo que lleva a pensar que la presencia cristiana aún era notable a principios de el siglo XII.
Llegamos al momento en que se escribe la segunda carta, la que narra la conquista de Lisboa por los cruzados y por Afonso Henriques. A través de las descripciones del cruzado y también de la descripción de la ciudad en Kitāb Ruǧar del geógrafo árabe al-Idrīsī, obra compuesta en el mismo período, conocemos con mucho más detalle la al-Ušbūna de la última fase del dominio islámico.
A principios del verano de 1147, Lisboa era una ciudad muy populosa, como apuntó el cruzado, asombrado por su tamaño y dinamismo, describiéndola como “la más rica y opulenta en provisiones de toda África y de gran parte del Europa». Esta afirmación es claramente hiperbólica, pero aun así, revela una ciudad llena de vigor y donde se acumulaban refugiados provenientes no sólo de las afueras de la ciudad, sino también de Santarém, tomada en la primavera del mismo año. Tanto el cruzado como al-Idrīsī son unánimes en elogiar las murallas de la ciudad y sus baños de agua caliente. El cruzado ofrece una descripción paradisíaca de los campos que formaban el término de Lisboa, “tanto los árboles como los viñedos”. La caza, los pájaros, la sal, los olivos, el oro, la plata y los impresionantes higos de Lisboa causaron gran admiración al cruzado, pero es al-Idrīsī quien conoce mejor las dinámicas internas de la vida urbana y quien nos explica que una de las grandes riquezas de Lisboa, como de Santarém, es la productividad excepcional de la llanura de Balaṭa, es decir, la Valada. Así se configuró la zona regada por el Tajo que abastecía a ambas ciudades, sirviendo tanto a Lisboa, puerto comercial, como a Santarém, ciudad a la que hay que tener en cuenta para entender la Lisboa musulmana pues funcionaba como base militar que defendía todo el Bajo Tajo.
Ahora sabemos que la descripción del cruzado, enviada a Inglaterra, se acercaba mucho a la verdad, sobre todo cuando insiste en la relevancia de los “suburbios que se cobijaban bajo las murallas, como barrios recortados en las rocas, de tal manera que cada barrio parece un castillo bien fortificado, tales son los obstáculos que lo rodean”. De hecho, tanto el tamaño en términos de área como la densidad urbana de ambas zonas en las afueras fueron muy significativas, con especial énfasis en la zona occidental, la que mejor conoció el cruzado, ya que fue en sus estrechas calles donde luchó, siendo el lado occidental de la ciudad el que tomaron los cruzados ingleses.
Finalmente, cabe señalar que aunque ni al-Idrīsī ni los resultados de las excavaciones arqueológicas mencionan los aswāq de al-Ušbūna, es decir, los mercados donde fluyó toda la riqueza productiva del término de Lisboa y Valada, es sin embargo posible intuir su relevancia en la carta del cruzado y también percibir su posición topográfica a través de la documentación cristiana medieval. De hecho, en toda la documentación de los siglos XII y XIII, las únicas tiendas registradas en el interior de la medina se ubican en el espacio comprendido entre la Catedral, es decir, en el lugar donde estuvo la Mezquita Mayor, y la puerta principal de la ciudad, una posición común para el zoco principal de cualquier ciudad medieval islámica. Este parece haber sido el caso de Lisboa. Este mercado intramuros habría continuado por la puerta llamada al-Bāb al-Kabīr, también conocida como Bāb al-Garb, a lo largo de la arteria principal que salía de la ciudad hacia el Noroeste. Así, podemos suponer la existencia de un importante zoco extramuros, posiblemente correspondiente a las “calles de los mercaderes” a las que se refiere el cruzado por su excepcional anchura, cuando se queja de las dificultades que la estrechez de las calles de Lisboa ocasionaba al avance militar de los cruzados. Sería en estos mercados de Lisboa donde se encontrarían los “muchos mercaderes de todas las regiones de España y de África” a los que se refiere el cruzado, datos que ahora podemos cruzar con los resultados de la investigación arqueológica que revela contactos probados entre Lisboa y Córdoba, Sevilla, Toledo, Denia, Pechina, Almería y Málaga.
Para finalizar nuestro recorrido por la historia y las calles de la Lisboa islámica, nos gustaría señalar que si Lisboa se ubicó en el fin del mundo conocido para un cruzado cristiano y, en consecuencia, en el comienzo del mundo desconocido y hostil del Islam, la misma ciudad estaba exactamente en la posición opuesta, pero similar, para un geógrafo musulmán, como Ibn Ḥawqal, que consideraba el Tajo como el último río del Mediterráneo. Al-Ušbūna fue, a lo largo de los siglos de dominio islámico, no sólo una ciudad periférica, sino sobre todo un punto de cruce de fronteras entre civilizaciones, una ciudad del sur pero situada en la orilla norte del vasto río Tajo.
Para Ampliar:
- A conquista de Lisboa aos Mouros : relato de um cruzado (2018) trad. Aires A. Nascimento, introd. Maria João V. Branco. 3ª ed. Lisboa: Nova Vega.
- Branco Correia, Fernando (2017) «Vikings no Ocidente do al-Andalus: Alguns tópicos em redor do impacto da sua chegada na costa próxima do Tejo – Vikings in the west of al-Andalus. Some topics surrounding the impact of their arrival at the coast near the Tagus», História (São Paulo) v. 35, pp. 1-24, https://dspace.uevora.pt/rdpc/handle/10174/21969.
- Fernandes, Hermenegildo (2018) «Os Madjus através do Espelho: Algumas glossas em torno da incursão de 844» en Mil Anos da Incursão Normanda ao Castelo de Vermoim, Porto: CITCEM, pp. 87-110.
- Fernandes, Hermenegildo (2020) «Alguns problemas em torno de uma transição urbana no sudoeste da Península Ibérica (séculos XI-XII)», Abastecer a Cidade na Europa Medieval. Provisioning Medieval European Towns, Lisboa: IEM, pp. 37-61.
- Fialho Silva, Manuel (2022) Mutação Urbana na Lisboa Medieval: das Taifas a D. Dinis. Lisboa: Centro de História, http://hdl.handle.net/10451/56430.
- Fierro, Maribel (2007) “Os ulemas de Lisboa”, Lisboa medieval. Os rostos da Cidade, ed. Luís Cruz, Luís Filipe Oliveira e João Luís Fontes, Lisboa: Livros Horizonte, pp. 33-59.