El del Preste Juan es uno de los mitos más recurrentes de la Historia: un lejano y poderosísimo rey-sacerdote capaz de despertar la esperanza de la Cristiandad en sus horas más bajas
Carlos de Ayala Martínez
Universidad Autónoma de Madrid
A diferencia de otros mitos, el del Preste Juan tiene una fecha casi exacta de aparición. La primera mención directa nos la proporciona el obispo y cronista cisterciense, Otón de Freising, nieto de Enrique IV y tío de Federico Barbarroja. La incluye en su Crónica o Historia de las Dos Ciudades, concluida en 1145.
En esa fecha el obispo-cronista conoció en la corte papal de Viterbo a un obispo procedente del principado cruzado de Antioquía: Hugo, obispo de Yabala (antiguo Biblos). Se hallaba allí para solicitar la ayuda de Occidente ante la reciente caída de Edesa. Pues bien, según él, no hacía muchos años un tal Juan, rey y sacerdote, que habitaba en el extremo oriente, más allá de Persia y Armenia, y que era cristiano nestoriano, hizo la guerra y venció a los dos reyes hermanos que gobernaban sobre persas y medos, los llamados Samiardos. Tras la victoria parece que Juan estaba dispuesto a prestar su ayuda a la Iglesia de Jerusalén, pero cuando en su marcha al oeste llegó al Tigris, se dio cuenta de que no tenía embarcaciones apropiadas para pasar el río, y marchó hacia el norte con la esperanza de pasarlo por la zona donde le habían informado que se helaba. Allí permaneció algunos años en vano, porque el río no se helaba y decidió entonces volver a sus bases. La narración del obispo de Yabala concluye diciendo que el Preste era descendiente de los Magos de Oriente a los que alude el evangelio de san Mateo, y que gobernaba sobre las mismas tierras que ellos lo habían hecho.
El texto de Oto de Freising, de entrada, nos plantea 3 cuestiones: el posible fundamento histórico en que se apoya la narración; la conexión de esa fundamentación con un personaje concreto, un cristiano de nombre Juan y heredero de los Magos bíblicos; y la intencionalidad que tuvo la inclusión del dato en la obra del cronista germano.
Sobre la primera de las cuestiones hoy hay pocas dudas. Estamos ante la versión distorsionada de la batalla de Qatwān, cerca de Samarcanda, de 1141 en la que el sultán Mu‘izz al-dīn Sanyar, titular del Gran Imperio Selyuquí fue derrotado por Ye Liu Dashi, un príncipe proto-mongol de la etnia kitan, que intentaba consolidar un janato al oeste del desierto del Gobi, el de Qara-Jitai.
Ni que decir tiene la inyección de moral que podía significar esta noticia para los amenazados cristianos de Ultramar en vísperas de la ofensiva turca contra Edesa. Creyeron poder interpretar que esa victoria era la de una potencia cristiana frente al islam. Tal suposición era lógicamente equivocada pero tenía también cierto fundamento. Las tribus proto-mongolas integradas en el janato de Qara-Jitai eran en proporción importante budistas y cristiano-nestorianas, y aunque Ye Liu Dashi debía practicar el chamanismo de sus ancestros, mostró una cierta ambigüedad religiosa que se tradujo en la imposición de un nombre cristiano, Elías, para su heredero.
La segunda de las cuestiones que nos planteábamos era la de la conexión de este dato histórico con un personaje concreto, un cristiano de nombre Juan que era el descendiente de los Magos de Oriente. Para empezar, ¿por qué se podía pensar en los principados cruzados que en el extremo oriente había cristianos? En Occidente era conocida desde antiguo la fabulosa evangelización de la India por el apóstol Tomás, según una narración que data del siglo III. Este conocimiento lo confirmaron dos testimonios coetáneos e independientes de mediados s. XII que narran la visita al papa Calixto II en 1122 de un misterioso arzobispo Juan de la India que le habría contado cómo el cuerpo incorrupto de Sto. Tomás presidía la liturgia de su fiesta anualmente y recibía o rechazaba las ofrendas que se le hacían abriendo o cerrando los brazos. También esos testimonios hablaban de que la India era un país rico y maravilloso regado por el río Pisón, uno de los cuatro del Paraíso bíblico.
Estas noticias fueron las que probablemente indujeron a Hugo de Yabala a poner nombre, el del arzobispo, al vencedor de los turcos, y asociar su fabuloso reino con la India. Por otro lado, la conexión del Preste Juan con los Magos es también fácil de establecer porque desde antiguo en Occidente se creía que los Magos habíanvivido en la India y recibido el bautismo de manos del apóstol Tomás.
Nos queda responder a la tercera cuestión: ¿qué intención abrigaba el obispo germano al introducir, dándole pábulo, por tanto, la narración del obispo sirio? La obra del obispo en la que aparece el relato es redactada en plena conmoción por la caída de Edesa, y tiene un sesgo claramente apocalíptico: se habla de las seis edades y de los cuatro reinos del libro de Daniel, y en la última parte se introduce un ensayo sobre el fin del mundo. El relato del Preste Juan está justamente antes de este ensayo, y bien pudo ser el recurso escatológico a una intervención providencial de Dios en medio de la catástrofe que vivía la Cristiandad.
El retrato del Preste Juan y la descripción de su maravilloso reino no tardarían en ser completados. Lo hizo una supuesta carta enviada por el mismísimo Preste Juan al emperador bizantino Manuel Comneno invitándole a aceptar su señorío, y de la cual habría llegado copia a Federico I Barbarroja. La carta probablemente fue redactada en 1165. Se trata de un texto de amplísima difusión que cuenta con más de doscientos manuscritos y muy diversas versiones.
¿Qué datos aporta respecto a lo que ya sabemos? En primer lugar en ella se atribuye al presbiter Juan —por cierto, ya no nestoriano— el título de “señor de señores”, una expresión que en la Biblia se emplea para designar a Dios o a Cristo. Por otro lado, el frustrado intento de alcanzar Jerusalén que veíamos en el primitivo relato se convierte ahora en un consciente voto para destruir a los enemigos de la cruz de Cristo. Se describen, además, sus dominios que se corresponden con las Tres Indias; en ellas descansaba el cuerpo del apóstol Tomás, y se extendían desde la torre de Babel, en el desierto de Babilonia, hasta el lugar por donde sale el sol. Estos inmensos dominios se dividían en 72 provincias gobernadas cada una por un rey que servía como tributario al Preste Juan, pero no todos ellos eran cristianos; los había judíos —los reyes de las Diez Tribus Perdidas—, y paganos como el rey de las amazonas o el de los brahmanes; y por si fuera poco, había allí también poblaciones de extraños y monstruosos humanoides como faunos, sátiros, hombres con cabeza de perro y gigantes o con un solo ojo.
Este heterogéneo mundo se caracterizaba por la presencia en él de unas flora y fauna exóticas y riquísimas en las que no faltaban grifos y aves fénix, y también por una extraordinaria riqueza material: piedras preciosas en los cauces de los ríos o tejidos finísimos provenientes de la piel de salamandras. Había además ríos portentosos, alguno en el que en vez de agua fluía arena y del que, no obstante, se extraían sabrosísimos peces. Tanta riqueza se traducía en salud corporal y, sobre todo, salud moral para sus habitantes. La salud corporal la garantizaban aguas que aseguraban una apariencia física de no más 32 años y también unas piedras que contribuían a rejuvenecer a quien las utilizaba; la salud moral, por su parte, era el efecto de una sociedad sin pobres en que nadie necesitaba codiciar lo ajeno.
La carta proporciona también datos sobre la vida del Preste Juan, un hombre casto que solo veía a sus bellas mujeres cuatro veces al año y exclusivamente para procrear. Datos también de su descomunal ejército integrado por 13.000 caballeros y 1.300.000 peones armados, o de su increíble palacio, en el que le servían altísimos dignatarios de condición eclesiástica, y en el que gracias a un maravilloso espejo gigantesco el Preste Juan controlaba todo lo que ocurría en su imperio.
Hoy día sabemos quién es el responsable de esta fabulosa carta: es una elaboración de la cancillería imperial de Federico I, controlada por el arzobispo de Colonia Rainaldo Dassel, que obedece a los designios programáticos del Imperio romano-germánico. Dassel es el responsable de la conversión de la inicial política alemana de Federico Barbarroja en auténticamente imperial sobre la base de tres presupuestos: el de una armoniosa unidad en el interior del Imperio, un auténtico reto dada la heterogeneidad de su compleja estructura integrada por reinos, ducados y grandes señoríos eclesiásticos, más o menos autónomos y muy distintos entre sí; el de un reconocimiento de poder eminente en el exterior que evidenciara su pretensión hegemónica; y el de un estricto sometimiento de la Iglesia a la autoridad del emperador.
Si nos fijamos, la carta del Preste Juan no hace sino reflejar este programa de manera absolutamente idealizada y en clave mesiánica, una clave que, por otra parte, no era en absoluto ajena a la corte imperial germánica en la que Federico llegó a ser identificado con “el último emperador”, el que según una tradición extra-bíblica recuperaría Jerusalén y depondría su corona para dar paso a la inevitable figura escatológica del Anticristo.
Sin perder de vista esta perspectiva mesiánica conviene volver al contenido de la carta del Preste Juan en la que se recogen cinco ideas fundamentales que conectan directamente con las inquietudes programáticas del emperador:
- La armonía de un gobierno capaz de integrar reinos, ducados y grandes principados eclesiásticos bajo la autoridad de un único responsable.
- La baja condición clerical de aquel responsable no es obstáculo para que las más altas dignidades eclesiásticas estuvieran supeditas a su poder, incluido el máximo responsable de la Iglesia, el patriarca de Santo Tomás. En este sentido, no olvidemos la aspiración de Federico, un ungido de Dios, para presidir la Cristiandad por encima de la autoridad del Papa.
- El poder del preste Juan se extiende a cristianos y no cristianos, es decir, su liderazgo es radicalmente universal. Del mismo modo, Federico I pretende una proyección universal de su poder que no conoce límite.
- El preste Juan aspira a la conquista de Jerusalén y, con ella, a la destrucción de los enemigos de la cruz. Y ciertamente para Federico I el objetivo cruzadista de Jerusalén constituye una prioridad incuestionable.
- Un poder de estas características se ajusta a patrones de justicia, garantiza el bienestar de sus súbditos y evita guerras y divisiones, y es ese el mensaje que quiere dar el responsable de la redacción de la carta con el ejemplo del Preste Juan.
Ahora bien, toda la exuberante y exagerada imaginación presente en la carta, ¿qué añade a todo esto? Esto hay que entenderlo como lenguaje mesiánico, que sin duda sería relativamente fácil de captar en la época. Según ese lenguaje, el ungido o mesías de Dios es un rey que adquiere un poder y sabiduría sobresalientes y que, además, es capaz de generar prosperidad, riqueza y salud para sus súbditos.
Este mesianismo es el que reivindicaba también para sí Federico I. Por eso no dudó en presentarse a sí mismo como alguien íntimamente relacionado con el Preste Juan a través, ni más ni menos, que de los Reyes Magos, sus antecesores. En 1164, un año antes de la datación de la carta, el canciller imperial y arzobispo de Colonia organizaba el solemne traslado de las reliquias de los Reyes Magos desde Milán, donde según la tradición se conservaban desde el siglo IV, hasta la catedral de Colonia en donde se pensaba erigir un santuario de referencia cultual para el conjunto de la realeza cristiana.
El mensaje que se quería dar desde él era claro: honrar la memoria de quienes habían creado un reino mesiánico que desde luego era factible porque pervivía bajo el gobierno del Preste Juan, un reino semejante al Imperio romano germánico, el único capaz de garantizar la paz en la Cristiandad frente a un Imperio bizantino desposeído de su poder universal o de un papa que, obstinado en imponerse frente al poder secular, había provocado un cisma en el seno de la Iglesia.
No tenemos constancia de que el emperador bizantino contestara a la carta del Preste Juan, pero sí lo hizo el papa Alejandro III. Es obvio que supo identificar al redactor y por eso contestó la carta cuando su pulso con el emperador se decidió a favor de él después de que en la paz de Venecia de 1177 el emperador dejó de apoyar anti-papas a cambio de que se le levantara la excomunión.
Aquel año, en efecto, el papa, siguiendo el juego al emperador, se dirigía a Juan, rey de las Indias, omitiendo su condición sacerdotal. La carta consiste en una síntesis de la doctrina del primado apostólico y en la invitación a asumir la ortodoxia romana porque algunos emisarios le habían informado de ciertas desviaciones. El mensaje del papa era evidente: él era el líder indiscutible de la Cristiandad y el responsable de corregir los desvíos de sus fieles por poderosos que pudieran ser.
La figura del Preste Juan desaparece de la historia hasta que 40 años después reaparece en el escenario de la Quinta Cruzada (1218-1221). Los especialistas están de acuerdo en que fue uno de los momentos cenitales en cuanto a expectativas apocalípticas del movimiento cruzado. Este había ido de mal en peor desde la caída de Jerusalén, y no eran pocos los que pensaban que ahora o nunca. Pero la Quinta Cruzada fue también una sucesión de fracasos y en ese ambiente de pesimismo pero también de abandono en la esperanza mesiánica, fueron oportunamente “hallados” en el campamento cruzado que asediaba Damieta dos textos proféticos que hablaban de próximas victorias sobre el islam, y un relato que llevaba por título Historia de las gestas de David, el rey de las Indias.
El primero de los textos proféticos, llamado Profecía de Hannan, hijo de Isaac, decía, entre otras muchas cosas, que un “rey de los cristianos nubios” destruiría La Meca y dispersaría los huesos del Profeta. El segundo era el Libro de Clemente, el discípulo de san Pedro que le habría trasmitido, entre otras revelaciones de Cristo antes de la Ascensión, que Jerusalén sería definitivamente recuperada por la acción conjunta de dos reyes, uno proveniente de Occidente y otro de Oriente.
Por su parte, la Historia de las gestas de David contaba sucesos estrictamente contemporáneos protagonizados por este rey David, un cristiano nestoriano que al mando de un poderosísimo ejército de casi 400.000 jinetes, solo un tercio de ellos cristianos, fue expandiendo su poder hasta Bagdad donde estaba en estos momentos a punto de rendirlo y con la intención de proseguir hasta Jerusalén en donde tenía intención de restaurar sus murallas.
Hoy tampoco es difícil traducir en términos históricos este relato cuya base real es bastante exigua. El rey David no es otro que Küchlüg, el último príncipe naimano, cuyo pueblo, nómada y cristiano, situado al oeste de Mongolia, fue sometido por Gengis Jan en los primeros años del siglo XIII. Aunque Küchlüg era cristiano, se había convertido al budismo cuando murió a manos de los mongoles en 1218.
Lo curioso es que el autor de la Historia de las gestas de David, un cristiano oriental, desconocía este hecho, el de la muerte de Küchlüg, su rey David, y también lo desconocía todo acerca de los mongoles, y al final confunde a Küchlüg-David con el propio Gengis Jan, el responsable de su muerte. A partir de 1218, las victorias de David son en realidad las de Gengis Jan que ciertamente se quedó a las puertas de Bagdad.
Su identificación con el Preste Juan, o con un hijo del Preste Juan, no proviene del autor cristiano-oriental, que probablemente desconocía esa tradición, sino de los propagandistas cruzados de Damieta. Lo cierto es que en 1221 el papa Honorio III daba instrucciones a los arzobispos de la Cristiandad —hemos conservado la carta enviada al de Tarragona— para que instaran a una movilización generalizada en apoyo de la cruzada de Damieta porque tenía informaciones seguras de que el rey David, vulgarmente conocido como Preste Juan, hombre católico y temeroso de Dios, se hallaba a menos de diez días de Bagdad, dispuesto a llegar en socorro de ellos.
Hemos revisado cuándo y cómo nació y se fue consolidando el mito del Preste Juan. El porqué es fácil de deducir. Los tres hitos que conforman la primera fase, y más decisiva, de su leyenda se relacionan con momentos en cierto modo críticos. Lo fue el año de 1145, cuando Otón de Freising nos habla por vez primera de él en pleno trauma por la caída de Edesa. Lo fueron también los años que transcurren entre 1165 y 1177, las dataciones del “intercambio epistolar” del Preste Juan, años de cisma y de enfrentamiento de dos modelos de organización de la Cristiandad excluyentes, el del emperador y el del papa. Y críticos también fueron los años 1220-1221 del Preste Juan redivivo en forma de rey David, años en que se puso a prueba definitivamente la eficacia de la cruzada, el sistema de legitimación en el que durante siglos se había fundamentado la Cristiandad.
En los tres momentos críticos era preciso el recurso a la imaginación para devolver la fuerza de ánimo a cruzados desmoralizados o a líderes cristianos en apuros. En cualquier caso, y en las tres circunstancias el mito ejerce de tal: una forma de propaganda sacralizada capaz de suscitar sentimientos de credibilidad y entusiasmo compatibles con la utopía. Ese y no otro es el porqué del mito del Preste Juan, al menos en su inicial andadura, antes de que el conocimiento de la realidad de Asia lo arrinconara en la desconocida África negra a partir del siglo XIV.
Pero es un mito —no lo olvidemos— en el que todos, de un modo u otro, creían: los dirigentes como instrumento vivo capaz de generar ilusión, los destinatarios como expresión de esperanza en un anhelo posible, y todos, como signo de esas imprecisas fronteras entre historia y meta-historia que genera el mesianismo.
Para ampliar:
- Ayala Martínez, C. de (2018): “El Preste Juan: el ‘Otro’ cristiano en la frontera del mito (Siglos XII-XIII)”, Intus-Legere. Historia, 12, pp. 155-186.
- Brewer, Keagan (2015): Prester John: The Legend and its Sources, Ashgate.
- Gumilev, Lev N. (1994): La búsqueda de un reino imaginario. La leyenda del Preste Juan, Barcelona: Crítica (orig. ruso 1970).
- Hamilton, Bernard, eds. (1996): Prester John, the Mongols and the Ten Lost Tribes, Variorum.