El enfrentamiento entre Castilla y Granada favoreció la adopción entre las tropas cristianas de la monta ecuestre oriental conocida como «a la gineta», llamada a tener gran fortuna en el plano militar, ritual y suntuario castellano a lo largo de los siglos XIV y XV
David Nogales Rincón
Universidad Autónoma de Madrid
Cuando el obispo de Burgos, Alonso de Cartagena (1386-1456), quiso demostrar en su Propositio super altercatione praeminentia sedium inter oratores regum Castellae et Angliae in Concilio Basiliensi (1434) la superioridad del rey de Castilla sobre el monarca inglés, no dudó en evocar, ante el concilio ecuménico reunido en Basilea, a los caballeros jinetes que luchaban por Juan II de Castilla (1406-1454) en las lejanas tierras de la Península:
«Mi señor el Rey (…) para guerra de tierra tiene omes de armas guarnidos de nobles cavallos e muy fuertes armaduras, e tiene eso mesmo cavalleros ginetes, los quales usan de armas moriscas e persiguen los enemigos con maravillosa ligeresa, e corren la tierra de ellos, e desque han destruido e talado, retórnanse a la batalla de los omes de armas (….). E el señor de Rey de Inglaterra, (…) aunque tiene cavalleros e omes de armas armados de armaduras comunes para la guerra de tierra, non tiene ginetes”.
Alonso de Cartagena, «Discurso sobre la precedencia del Rey Católico sobre el de Inglaterra en el Concilio de Basilea», en Mario Penna (ed.), Prosistas castellanos del siglo XV. I, Madrid, Atlas, 1959, pp. 205-233, pp. 219-220.
El camino que habían recorrido estos jinetes era largo y sinuoso: los quinientos años que separaban la corte castellana de fines de la Edad Media, itinerante por el corazón de Castilla, de la corte de Córdoba, a donde en el siglo X habían llegado algunos caballeros beréberes procedentes del norte de África para incorporarse a los ejércitos califales.
La presencia de este tipo de monta oriental en la Península hubo de revolucionar, a la larga, los modos de montar a caballo en la Corona de Castilla, donde convivirían dos tradiciones de monta ecuestre. Por un lado, la monta a la brida, propia de la caballería pesada cristiana occidental, caracterizada por el uso del estribo largo, que permitía al caballero llevar la pierna estirada. Por otro lado, la monta a la gineta, singularizada por el uso de un estribo corto, que obligaba al jinete a llevar las piernas ligeramente dobladas (Fig. 1), facilitando una mayor movilidad sobre la silla y una monta más veloz y ágil, la cual posibilitaba ensayar acciones clásicas de esta caballería, como la escaramuza, el tornafuye o la algarada.
Aunque la monta a la jineta ejerció su influjo desde el temprano siglo X en los reinos cristianos, las influencias procedentes del norte de Europa hubieron de favorecer que, desde mediados del siglo siguiente, se consolidara en estos la monta a la brida. Este proceso, no obstante, comenzó a revertirse lentamente desde inicios del siglo XIV en el ámbito de la Frontera, es decir, el límite de la Corona de Castilla con el emirato nazarí de Granada, fijado tras el gran avance cristiano sobre al-Andalus durante la primera mitad del siglo XIII. Fue allí donde, al menos, desde inicios del trescientos, algunos caballeros cristianos comenzaron a adoptar esta monta. Ello como resultado de la propia revitalización de la jineta entre los nazaríes, gracias a la incorporación a su ejército de los caballeros cenetes magrebíes a lo largo de la segunda mitad del siglo XIII. Pero también como fruto de las nuevas condiciones que imponía el enfrentamiento entre nazaríes y castellanos: el nuevo escenario del conflicto, ahora trasladado a la Andalucía oriental, estaría marcado por un paisaje montañoso, que hacía inviable el uso de la caballería pesada a la guisa.
A ello habría que sumar la importancia que, en este ámbito fronterizo, alcanzaría la caballería popular cristiana, conocida como caballería de cuantía, de alarde o de premia, integrada por labradores, ganaderos o artesanos, para quienes la jineta se presentaba como una modalidad de monta especialmente útil. No solo por el menor coste del armamento ligero utilizado por estos caballeros, sino también por la posibilidad de aprovechar al máximo las ventajas técnicas de los caballos del sur peninsular, los denominados en las fuentes como caballos ginetes, alabados por su ligereza, velocidad y agilidad, a partir de los cuales Felipe II (1556-1598) crearía el conocido como caballo español o andaluz (Fig. 2).
Sin embargo, la adopción de este tipo de monta no solo ofrecía ventajas prácticas. En el plano simbólico, debió de ser un instrumento de interés para la aristocracia, que encontró en la adopción de esta monta oriental por parte de la referida caballería de cuantía un remedio a la difusión de la práctica caballeresca entre los sectores populares de las ciudades: la monta a la jineta permitía fijar una línea nítida de separación entre una caballería popular a la jineta y una caballería noble a la guisa, moldeada conforme a los parámetros de la caballería cristiana occidental.
Sobre esta base dicha caballería a la jineta se hubo de consolidar a lo largo del trescientos en el ámbito de la Frontera, hasta alcanzar a fines de ese siglo una amplia difusión en ciudades como Écija, Alcalá la Real, Murcia, Jaén, Úbeda, Baeza, Córdoba o Jerez de la Frontera. En este contexto, las iniciativas militares en la Frontera del rey Alfonso XI de Castilla (1312-1350) habrían de ser fundamentales para explicar los primeros pasos del proceso de adopción de este tipo de monta en el entorno de la corte real castellana, que tendrá lugar, al menos, desde la década de 1330. Será en este momento cuando la Gran Crónica de Alfonso XI nos informe de que “algunos escuderos que vivían con el Rey andaban guisados a la gineta, según usan en la frontera”. Al interés de los escuderos por esta monta oriental se sumarían, al menos, desde la década siguiente, los donceles del rey, es decir, aquellos jóvenes de extracción nobiliaria residentes en la corte real, que habrían de encontrar en la jineta un tipo de monta menor, que les permitía diferenciarse de los grandes caballeros del rey.
Este proceso hubo de tener continuidad a lo largo del tercer cuarto del siglo XIV, cuando se produjo la incorporación progresiva, aunque limitada todavía, de nuevos caballeros jinetes al entorno del monarca, al calor de los conflictos bélicos que afectaban a la Corona, hasta alcanzar una presencia notable entre las huestes reales y señoriales a lo largo de la primera mitad del siglo XV (Fig. 3), cuando se llegará a crear un cuerpo de caballeros a la jineta dirigido a la protección del monarca: la guardia morisca del rey de Castilla.
Las décadas finales del siglo XV marcarán el punto culminante del proceso, hasta el punto de que durante el reinado de Isabel I de Castilla (1474-1504) el equilibrio tradicional documentado en los contingentes militares entre los hombres de armas a la guisa y los jinetes —ocasionalmente con un predominio de los primeros— se romperá a favor de los segundos.
Dicho cambio anunciaba las novedades que traería consigo la primera mitad del siglo XVI, cuando la expansión de la artillería habría de suponer la decadencia definitiva de la caballería pesada a favor de la caballería ligera, capaz de acometer al enemigo en escaramuzas y de complementar más eficientemente tanto a la infantería como a la caballería a la brida. Aspecto que se manifestará con claridad durante las Guerras de Italia (1494-1559), con la difusión en el ámbito italiano de la caballería de los jinetes españoles y de los estradiotas de los Balcanes, caballería igualmente ligera que seguiría el modelo turco otomano.
Este proceso en el campo bélico vino acompañado de una manifestación particular de no menor importancia en el ámbito suntuario y ritual: la difusión de los juegos y las modas vinculadas a la monta a la jineta. Aunque dicha manifestación arrancaría en el ámbito de la Frontera desde las décadas iniciales del siglo XIV, tendrá su culmen en el espacio institucional de la corte y su entorno aristocrático en los momentos iniciales del cuatrocientos. Será en estos momentos cuando tendrá lugar la consolidación entre los medios aristocráticos castellanos —que pudo venir acompaña por un impulso al toreo caballeresco a la jineta— de los conocidos como juegos de cañas (Fig. 4), que han sido vinculados con la tradición oriental del djerid. Juegos que no buscarían propiamente simular un enfrentamiento entre moros y cristianos, sino más bien un choque entre caballeros jinetes, a través de la simulación de una escaramuza, en la que se ensayaría la técnica de la retirada fingida o tornafuye.
De dichos juegos tenemos un excelente testimonio en la relación del viajero alemán Hieronymus Münzer, quien nos ha dejado una colorida descripción de los celebrados en Granada en 1494 por el conde de Tendilla, Íñigo López de Mendoza:
“El 26 de octubre, domingo de vigilia de san Simón y san Judas, el generoso conde de Tendilla hizo reunirse en honor nuestro a unos cien caballeros suyos de los más diestros, quienes en una explanada del castillo de la Alhambra, que tenía ciento treinta pasos de longitud, habían de practicar un juego de estilo militar: divididos en dos bandos, unos acometían a otros con largas y agudas cañas, como lanzas; otros, simulando huir y protegiendo sus espaldas con escudos y broqueles, atacaban de igual modo a los otros jinetes en sus caballos, que son tan ligeros y veloces y tan ágiles para todo movimiento, que no los hay igual. Es juego bastante peligroso, pero ejercitándose en aquella fingida batalla, en la verdadera guerra tienen menos miedo a las lanzas. Luego, con cañas más cortas, con el caballo a toda carrera, hacían blanco como si disparasen la flecha con arco o ballesta. Nunca vi espectáculo tan bello”.
Jerónimo Münzer, Viaje por España y Portugal, Madrid, Ediciones Polifemo, 1991, p. 131
Unos deportes que se nos presentan como una manifestación a medio camino entre el entrenamiento militar, el juego caballeresco y la exhibición de los ligeros caballos de la Frontera, de los arreos, los jaeces y las armas de la jineta (Fig. 5), y de los vestidos a la morisca (borceguíes, tocas, capellares, marlotas, etc.). Todo ello configuraba así un modelo suntuario de origen andalusí, caracterizado por la riqueza de sus materiales (seda, perlas, metales preciosos, esmaltes, piedras preciosas) y por una estética fundada en el colorido.
Aunque estos arreos de la jineta formaban probablemente parte del equipo de los caballeros de la Frontera, fue Alfonso XI y especialmente su hijo Pedro I de Castilla (1350-1369) quienes, en las décadas centrales del siglo XIV, los incorporaron a la corte, impulsando su condición de bien suntuario. El volumen de estos arreos, jaeces, armas y vestidos propiedad de los reyes debió de crecer hasta el punto de que a partir de 1380 sería posible documentar la existencia de una cámara real de la jineta integrada en la casa del rey de Castilla, a cuyo frente se encontraría un camarero encargado de la custodia los bienes de este tipo de monta. Este hecho debió de ser fundamental para la elección de este modelo suntuario por parte de la nobleza y las élites urbanas desde, al menos, la década de 1420 y especialmente la de 1430.
La adopción de estas modas a la morisca y de los arreos y jaeces de la jineta por el rey y las élites políticas de Castilla, lejos de ser un hecho anecdótico, tendría cierta relevancia desde el punto de vista político. En primer lugar, permitiría poner en escena los juegos de identidades. Un aspecto característico de la mentalidad cortesana de fines de la Edad Media que, en este caso particular, se manifestaría a través de la adopción de una identidad mora, expresada por medio de la indumentaria a la morisca y, en algunos casos más específicos, por el uso, a modo de disfraz, de atributos característicos de la imagen racializada del musulmán, como la barba postiza y la cara tiznada.
En segundo lugar, estas modas habrían de proyectar una imagen exótica de la corte castellana y de la nobleza del reino. Un gusto por el exotismo —otro de los elementos característicos de esta cultura cortesana tardogótica, nacido de una mirada distanciada sobre la cultura andalusí realizada a través del filtro de la cultura cristiana europea— que causaría un especial impacto entre los extranjeros que visitarían la corte castellana.
En tercer y último lugar, estas modas se convertirían en un signo de identidad de las élites castellanas, en torno a valores como la magnificencia o el espíritu de cruzada, al adoptar un modo de monta típica de los caballeros de la frontera. Es probable que, además, la atención hacia esta moda a la morisca no fuera ajena al deseo de perpetuar la apariencia visual del poder de estas elites, basada tradicionalmente en el colorido de las telas andalusíes o de los repertorios heráldicos, en un momento en el que se estaba produciendo precisamente el impacto en Castilla de la estética borgoñona, que llevaría a la consolidación del negro como color emblemático del poder.
No obstante, a pesar de la importancia de dichas expresiones para las elites políticas de la Corona, por extensión, estas acabaron teniendo, en el marco de construcción de las identidades regnícolas, una proyección más amplia, que superaría el ámbito regio y aristocrático. En este sentido, la moda a la morisca pasó a percibirse como una moda propia de Castilla, a la vez que los juegos de cañas se hubieron de convertir en una suerte de versión ibérica de la justa, articulando así estas manifestaciones una identidad protonacional castellana. Todo ello llevó a que, ya en época moderna, la monta a la jineta se convirtiera en una suerte de monta nacional, típicamente española, hasta el punto de ser denominada –frente a la brida, considerada propia de italianos y franceses– como la gineta de España.
Para ampliar:
- DIGARD, J.-P. (1997): «El caballo y la equitación entre Oriente y América. Difusión y síntesis», en Mercedes García-Arenal (coord.), Al-Ándalus allende el Atlántico, París-Granada, UNESCO-El Legado Andalusí, pp. 236-240.
- ECHEVARRÍA ARSUAGA, A. (2006): Caballeros en la frontera: la guardia morisca de los reyes de Castilla (1410-1467), Madrid, Universidad Nacional de Educación a Distancia.
- FALLOWS, N. (2010): Jousting in Medieval and Renaissance Iberia, Woodbridge, Boydell Press.
- FUCHS, B. (2011): Una nación exótica. Maurofilia y construcción de España en la temprana Edad Moderna, Madrid, Ediciones Polifemo.
- MAÍLLO SALGADO, F. (1982): «Jinete, jineta y sus derivados: contribución al estudio del medievo español y al de su léxico», Studia Philologica Salmanticensia, 6, pp. 105-117.
- NOGALES RINCÓN, D. (2019): «La monta a la gineta y sus proyecciones caballerescas: de la frontera de los moros a la corte real de Castilla (siglos XIV-XV)», Intus-Legere Historia, 13 (1), pp. 37-84.
- SOLER DEL CAMPO, Á. (1993): La evolución del armamento medieval en el reino castellano-leonés y al-Ándalus (siglos XII-XIV), Madrid, Servicio de Publicaciones del EME.