Los prejuicios de los árabes hacia los negros podían quebrarse si uno de estos realizaba grandes hazañas por la prosperidad y bienestar de su tribu. Entonces el desterrado se convertía en honrado y el desarraigado en héroe. De hecho, no faltan ejemplos de ello
Bilal Sarr
Universidad de Granada
Nadie creerá, salvo los conocedores del Islam y su Historia, que el primer almuecín que llamó a los musulmanes y musulmanas a la oración era negro y de origen esclavo. Nos referimos a Bilāl b. Rabāḥ al-Ḥabašī, cuya vida está llena de leyendas, pero sobre todo de hechos revestidos de heroicidad. Bilal, hijo de árabe y esclava abisinia, se negó a renunciar públicamente a su creencia sobre la unicidad divina que entonces predicaba el profeta Muḥammad, y ello a pesar del sangrante castigo decretado por su amo que pudo llevarle a la muerte. A partir de entonces, sus gestas al servicio del incipiente imperio arabo-islámico serán cantadas y recopiladas como prototipo de pureza, respeto y fidelidad, convirtiéndose en un modelo de emancipación para las poblaciones negras.
La figura de Bilal y la vocación universalista del Islam —con la consideración de todos los seres humanos, por supuesto musulmanes, como iguales ante Dios— fomentan la manumisión de esclavos (‘itq) principalmente como acción piadosa y/o como compensación por deudas legales o religiosas. Sin embargo, aunque sean numerosos los hadices y pasajes coránicos que van en dicha dirección, la realidad de esta civilización será diferente, pues no sólo se va a resistir a poner fin a esta forma de dependencia humana, sino que será una de las más beneficiadas por dicho negocio. Un asunto es la intencionalidad de la ley y el empuje transformador de los inicios del movimiento y otro la aplicación que hace una sociedad en expansión.
El punto de partida es la Arabia preislámica, donde los esclavos eran abundantes, no solo los negros sino también blancos e incluso de origen árabe. Los negros procedían principalmente del Cuerno de África (Zanŷ) y alrededores, zona con la que la Península Arábiga mantenía relaciones culturales, políticas y comerciales desde la noche de los tiempos. Allí realizaban todo tipo de tareas: domésticas, agrícolas y artesanales. En una sociedad muy organizada en torno a los lazos de sangre, a los clanes y sus jerarquías internas, contar con un progenitor negro era suficiente motivo como para ser un desarraigado.
No obstante, estos prejuicios podían quebrarse si el individuo realizaba grandes hazañas por la prosperidad y bienestar de su tribu. Entonces el desterrado se convertía en honrado y el desarraigado en héroe. De hecho, no faltan ejemplos de ello. Así algunos de los personajes que conforman el sustrato cultural y el subconsciente colectivo árabe fueron negros o mestizos, y de manifiesto origen esclavo. Recordábamos antes el caso de Bilal, pero en la etapa de la Ignorancia (ŷāhiliyya, como denominan los árabes musulmanes al periodo anterior a la llegada del Islam) des-tacaron dos personajes por encima de todo. El primero fue Šanfara (lit. “el de los labios anchos”), hijo de una esclava abisinia y uno de los principales poetas de la civilización árabe, al que algunos le atribuyen la autoría de la lāmiyyat al-‘Arab, una de las sagas más conocidas de la literatura árabe. Y el segundo ‘Antara bin Šaddād, hijo de un aristócrata perteneciente a una de las principales tribus de Arabia y de una princesa etíope capturada en una de las tantas razzias que se dirigían contra Aksum, fue el compositor de una de las mu‘allaqāt que, según la leyenda, llegaron a colgar de la Ka‘aba. Ambas personalidades encarnan las mismas características, son negrodescendientes, marginados por su color de piel y orígenes, y deben realizar méritos extraordinarios para obtener el reconocimiento de sus contríbulos. Los dos lo logran y acaban convirtiéndose en referencia de toda la civilización árabe.
Estas son excepciones, pero sin duda de gran relevancia por la impronta indeleble que dejaron. Sin embargo, como señalábamos, si el espíritu de la nueva religión, en sus momentos iniciales incentiva la emancipación de esclavos, en tanto que acto pío, cuando el proyecto político-religioso pasa a conformar un imperio, eminentemente árabe y, por supuesto, islámico, no sólo no se va a renunciar a uno de los principales ingresos económicos, sino que este se incrementará de forma exponencial. No debemos olvidar que las capturas estaban permitidas en la tierra de los enemigos (dār al-harb). Esto se observa de forma nítida sobre todo cuando se integra el África negra en las redes comerciales mediterráneas. En Oriente ya había habido avisos de ello. El acelerado incremento de esclavos negros, y la sobreexplotación de los mismos, se ponen de manifiesto en la esplendorosa Bagdad, donde la explotación y el tratamiento infrahumano llevan a las revueltas de los zanŷ (esclavos negros del cuerno de África). Es entonces cuando miles de negros se organizan, y rebelan apoyando un régimen alternativo que vive del pillaje sistemático de las principales ciudades. Pocos estudiosos y especialistas se han detenido en explicar estas revueltas que mantuvieron en jaque a la principal potencia mundial de entonces, a saber el califato ‘abbāsí, y que, en una de ellas, la tercera (869- 883) llegarían incluso a fundar una nueva capital rebelde, al-Mujtara (la elegida), al noroeste de Basora.
Son frecuentes en la poesía y literatura los prejuicios y las escenas en las que se vilipendian a los esclavos negros. Recuérdese la figura del negro en las 1001 noches o la sátira que el poeta al-Mutanabbī dedica al eunuco ijšīdī Kāfūr, visir de Egipto.
Me asombra ver tus pies con sandalias
Porque yo te he visto descalzo con sandalias,
Eres tan ignorante que ni tú mismo sabes si eres negro
O blanco te has vuelto.
La correa de tu talón me recuerda la hendidura que allí
Ostentabas
Cuando, desnudo, andabas vestido de la pez de petróleo.
Si no fuera por la indiscreción de la gente
No te habrías enterado de la sátira que mi loa encerraba
Y habrías saltado de contento con lo que yo recitaba,
aunque plagado de sátira andaba.
Si nada bueno concediste,
Yo, al menos, me recree mirando tus hocicos,
Que parece queda en un país lejano te hubieran traído
Para hacer reír a las plañideras en duelo.
(Veglison, 1997: 191 poesía nº 152)
Pero el verdadero contacto entre Islam y África negra se produce en el Occidente del mundo conocido entonces. Cuando los árabes llegan al norte de África, geógrafos y cronistas comienzan a describir con enormes prejuicios, y cargados de elementos fantasiosos, a los pueblos del África negra, a la que denominan al-Bilād al-Sūdān. Autores como al-Mas‛ūdī (s. X), al-Bakrī (s. XI) o al-Idrīsī (s. XII) cargan sus relatos de mitos y leyendas sobre la antropofagia, poliandria y barbarismo. El mismo Ibn Jaldūn (s.XIV), ejemplo del racionalismo árabe, tampoco se queda corto. Son varios los pasajes que este historiador tunecino de origen sevillano dedica a los negros :
El comportamiento de los Sudan se caracteriza por la ligereza, la inconsistencia y la exuberancia. Se dan al baile y a las excentricidades en cuanto escuchan la música, en todos los países. Según los filósofos, la razón de todo esto es que la naturaleza de la alegría y felicidad provocan la dilatación y desahogo del espíritu animal.
Por su parte, al viajero más universal del Islam, Ibn Baṭṭūta (s. XIV), le impacta la sumisión de los negros a su mansa, pero asimismo la libertad de la que gozan las mujeres para relacionarse con sus semejantes masculinos a solas, como se destacaba en otro artículo de la revista.
A pesar de lo negativo de estas visiones, conviene insistir en que la construcción del “otro”, en este caso, no se realiza tanto por pertenencia a otra etnia o color como por el hecho de pertenecer a otras religiones diferentes a la islámica, la mayor de las veces, politeístas. De hecho, observamos otros tantos prejuicios, e incluso a veces más negativos, hacia los cristianos de la Península Ibérica, a los que se les califica como rudos, sucios y bárbaros. La construcción ideológica del supremacismo y la consecuente inferioridad de los negros deberá esperar varios siglos, pero resulta obvio que a fuerza de asociar, cada vez de forma más frecuente, esclavitud con negritud, el significante “negro” (y sus versiones zanŷ/ aswad/ agnau, este último en tamazigt) acabaría convirtiéndose en sinónimo de esclavo y de ser inferior, tal como había sucedido en Europa con el término eslavo, origen de esclavo.
La islamización del África subsahariana por los amaziges
Cuando los europeos llegan al río Senegal ignoraban todo de esta zona del continente. En cambio, los comerciantes árabes y, sobre todo, los amaziges, llevaban siglos mercadeando, residiendo y tratando con los autóctonos. No en vano, el nombre que se le asigna a este país es el de una de las tribus beréberes, los Zanaga, aunque la etimología popular senegalesa llegue a señalar que deriva de Suñu Gaal (wolof), nuestra piragua. Siglos de relaciones hacen que los beréberes se conviertan en los verdaderos islamizadores de las poblaciones subsaharianas, las cuales se convierten al Islam de forma cuasi incruenta y a merced sobre todo de los intercambios comerciales y culturales. Numerosas son las huellas de los amaziges en las lenguas negroafricanas así como los préstamos en lo que atañe a las celebraciones y asuntos religiosos, palabras del arraigo de tajabone (título de la celebérrima canción de Ismael, lo que significa fiesta de ruptura del ayuno), timmis (rezo del ocaso), tabaski (‘īd al-kabīr, popularmente conocida como fiesta del cordero)… forman parte de la identidad compartida entre beréberes y África subsahariana.
La conversión se realiza de forma piramidal. Primero fueron las élites las que fueron adoptando costumbres islámicas a través de sus relaciones con los mercaderes. En una segunda fase, cuando los sultanes y la corte se islamizan, vendría el resto de la población, sin acarrear en absoluto que se abandonen algunas creencias anteriores, dando lugar a interesantes sincretismos. La islamización que llega aparejada de una mínima arabización integra en el universo cultural, religioso y favorece el económico. En virtud de ello, desaparecen algunos prejuicios hacia los negros, e incluso se observa o una cierta admiración hacia las nuevas élites que van islamizándose. No debemos olvidar que el fundador de Siŷilmāsa, ‘Isā b. Yazīd o Mazīd al-Aswad (140/757- 155/771), era negro, algo que casaba con la ideología jāriŷí-ṣufrí de los Ayt Midrār, aunque lo depusieron bajo el pretexto de que todos los negros eran unos ladrones, le capturaron y dejaron morir atado a un árbol. E igualmente nos consta que los almohades llegaron a santificar a algunos personajes negros del entorno de Ibn Tūmart, como Muslim al-Gnāwī, Abū Muḥammad Wasnār, Aghuwāl, Mimūn al-Kabīr, Mimūn al-Ṣagīr e Iburak Isamgan. Y conviene destacar el caso de Mansa Musa, emperador de Mali, al que las fuentes árabes colman de elogios, destacando su dadivosidad y carácter piadoso. Este personaje, merecedor de un amplio artículo en sí, se hizo célebre en el mundo mediterráneo por su peregrinación a La Meca, en la que se ponen en contacto, no por primera vez pero sí de forma más manifiesta que nunca, el África negra, mundo arabo-islámico y los mercaderes europeos. La expedición le granjeó multitud de elogios, se destacaron su séquito y sus enormes gastos que acarrearon una devaluación importante del oro. Se consolidará desde entonces la relación del África negra con oro en la Europa del momento —árabes y beréberes ya la conocían desde hacía siglos—. Sintomático de ello es la imagen con un cetro, corona y, lo más importante, con una enorme pepita de oro en mano, con la que se representa al mansa en el Atlas del judío mallorquín Abraham Cresques (1375), una de las joyas de nuestra cartografía.
Sin embargo, la islamización, que supone una integración, un mejor conocimiento y la dinamización de los contactos, también genera una serie de transformaciones y efectos inexorables en estas sociedades subsaharianas. Las élites integradas se convertirían, por una parte, en difusoras de la nueva religión, y, por otra, en delegaciones de la trata de esclavos negros, en teoría sólo no musulmanes, pero en la práctica también de dicho credo. De modo que si estos imperios del Bilād al-Sūdān siempre habían puesto en el mercado un importante número de siervos que llegaban al Magreb, a al-Andalus y al resto del mundo conocido, a partir de entonces se acelera la captura sistemática de africanos no musulmanes de las zonas de la sabana y alrededores. Todo ello sería el inicio de lo que, a gran escala, e integrando las grandes explotaciones de monocultivo, realizarán los europeos a partir de los siglos XV y XVI. Los pioneros de esto, sin ningún género de dudas, serían los portugueses, ya establecidos en la costa Atlántica desde inicios del XV.
Para ampliar:
- BOVILL, Edward W.: The Golden trade of the Moors, Londres: Markus Wiener Publishers, 1968 (reed. de la de 1933).
- BURESI, Pascal y GHOUIRGATE, Mehdi: Histoire du Maghreb médiéval (XIe-XVe siècle), París, Armand Colin, 2013.
- DI TOLLA, Anna M: “Midrār (Banū) ou Midrārides”, Encyclopédie berbère [Online], 32 | 2010, documento M113, Online desde 06 noviembre del 2020, connection on 23 September 2021. URL: http://journals.openedition.org/encyclopedieberbere/599 ; DOI: https://doi.org/10.4000/encyclopedieberbere.599.
- HEERS, Jacques: Les négriers en terres d’islam : la première traite des noirs, VIIe-XVIe siècle, París: Perrin, 2003.
- IBN BAṬṬŪṬA: A través del Islam, ed. y trad. Serafín Fanjul y Federico Arbós, Madrid: Alianza Literaria, 1981.
- IBN JALDŪN: Kitāb al-‘Ibar, Beirut, 1968, trad. parcial Histoire des berbères por William Mac Guckin de Slane, París: Paul Geuthner, 1927.
- KĀTĪ, Maḥmūd: Tā’rīj al-Fattāŷ fī ajbār al-buldān wa-l-ŷuyūš wa-akabir al-nass/Crónica del investigador sobre la historia de los países, los ejércitos y los grandes personajes, trad. fr. O. Houdas y M. Delafosse, París: Ernest Leroux, 1981.
- KI-ZERBO, Joseph (dir.): Histoire générale de l’Afrique. IV. L’Afrique du XIIe au XVIe siècle, París, 1991.
- LEWICKI, Tadeusz: «L’État nord-africain de Tāhert et ses relations avec le Soudan occidental à la fin du VIIIe et IXe siècle», Cahiers d’Études Africaines, vol. 2, nº 8 (1962), pp. 513-535.
- NIANE, Djibril T.: Le Soudan occidental aux temps des grands empires, s. XI-XVI, París, 1975.
- SÉNAC, Philippe y CRESSIER, Patrice: Histoire du Maghreb Médiéval VIIe-XIIe siècle, París: Armand Colin, 2013.
- VEGLISON, Josefina: La poesía árabe clásica, Madrid: Hiperión, 1997.