Rodrigo Díaz no sólo habitó en territorio musulmán una parte significativa de su existencia, sino que su relación con las gentes de esos ámbitos condicionó algunos aspectos esenciales de su biografía.
David Porrinas González
Universidad de Extremadura
No puede entenderse la trayectoria vital y la significación histórica de Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, sin su relación con los musulmanes. Y es que la interacción del caballero castellano con el Islam fue intensa y extensa, pudiendo afirmarse que en su vida adulta quizás pasó tanto tiempo o más en tierras islámicas que en territorios cristianos. Algunos autores contemporáneos nos hablan de Rodrigo Díaz como “mozárabe”, (José Camón Aznar), o como “personaje transfronterizo” (F. J. Peña Pérez), lo que viene a ilustrar esa imprimación que de lo islámico alcanzó el guerrero burgalés, un hombre entre dos mundos, quizás no realmente perteneciente a ninguno de los dos. Por otra parte, el tiempo en el que vivió Rodrigo Díaz estuvo marcado por la disgregación política de al-Andalus, un proceso de descomposición (fitna) que había comenzado en las primeras décadas del siglo XI, y que alcanza a finales de esa centuria su momento más crítico y un epílogo que viene marcado por la entrada de los almorávides en la Península Ibérica. Precisamente los años en los que más activo se muestra el Cid es durante el periodo más dramático para unos andalusíes situados entre el yunque almorávide y el martillo cristiano. Rodrigo Díaz se benefició y supo aprovechar esa situación de debilidad y descomposición, de enfrentamientos entre taifas para labrar su destino y conquistar y gobernar su propio señorío. No podría entenderse el éxito de Rodrigo Díaz sin la fractura múltiple de al-Andalus en distintas taifas, sin ese mosaico islámico, río revuelto en el que el Campeador se desenvolvió como pez en el agua. Porque si algo beneficia a un guerrero es precisamente un estado generalizado de violencia entre partes, una situación de persistente confrontación y enfrentamiento entre las distintas unidades que antes habían sido entidad política homogénea. En tales circunstancias un guerrero y capitán avezado tenía muchas más posibilidades de medro y riqueza que en una situación más pacífica. Podría decirse, en definitiva, que una de las principales claves del éxito vital del Cid Campeador es, precisamente, el estado crítico del al-Andalus de su época.
La primera vez que Rodrigo entrara en tierras musulmanas pudo ser hacia el año 1063, cuando es posible que acompañara al príncipe Sancho en la campaña que desembocó en la batalla de Graus, donde el rey Ramiro de Aragón, tío de Sancho, encontró la muerte, presumiblemente de manos de un guerrero musulmán llamado Sadadá. Pero su primera gran toma de contacto con las realidades de una ciudad islámica se producirá años más tarde, cuando una vez muerto su señor Sancho II sea integrado por Alfonso VI en su corte y este le envíe a Sevilla con la misión de cobrar las parias que aquella taifa adeudaba al monarca leonés. En aquella urbe residiría varios días, es posible que incluso meses, aprendiendo sobre los musulmanes, su organización, su economía, sus costumbres, alcanzando tal vez algunos rudimentos mínimos de la lengua árabe. Es también en ese contexto donde tendrá su primer contacto con las formas de combatir islámicas en el campo de batalla, y donde actuaría en un combate a modo de comandante de una hueste combinada de cristianos, sus propios hombres, y musulmanes, los guerreros del príncipe sevillano. Esa combinación de fuerzas cristianas e islámicas será más adelante una de las claves del éxito militar del Cid. Serían varias las conclusiones que obtendría de aquella contienda en Cabra (1079) que le enfrentó contra el también ejército híbrido capitaneado por el conde García Ordóñez y por Abd Allah Ibn Buluggin de Granada. Esta batalla es una de las muestras de que las fronteras entre Islam y Cristiandad no eran tan claras como lo que podemos creer hoy día.
Pero su contacto más prolongado e intenso con la realidad islámica se dará en los años que transcurren entre 1080 y 1086, años de su primer destierro, en los que actúa al servicio de los taifas de Zaragoza. Durante ese periodo Rodrigo estará plenamente integrado en la corte principesca de un señor musulmán, asumiendo incluso el mando militar del ejército zaragozano. Autores cristianos y musulmanes de la época coinciden en que el de Vivar actuó durante aquellos años como una especie de general de la taifa de Zaragoza, como una suerte de protector de aquel principado. En ese intervalo Rodrigo enriquecería su hueste con contingentes de aquella taifa, que le acompañarían integrados en sus filas hasta el final de sus días. Es posible también que allí adquiriera conocimientos de astronomía, que le servirían posteriormente en la conducción de sus tropas, aprendiera algo más de árabe o integrara en su confianza a algún zaragozano bilingüe que en el futuro le serviría como intérprete. Durante esos años Rodrigo será verdaderamente un “mozárabe”, y también un “transfronterizo”. Todo ese caudal informativo le serviría para afrontar una empresa tan ardua y compleja como fue la conquista de Valencia, una ciudad situada en una región rodeada de poderes islámicos por todas partes.
En sus distintas idas y venidas su ejército iría aumentando, al igual que se incrementaban sus éxitos militares y la riqueza y fama de ellos derivada. No solo serían muchos los cristianos que se desplazaran desde sus lugares para servir a aquella especie de señor de la guerra independiente tocado por la fortuna en sus combates. Muchos, quizás más que los primeros, serían los musulmanes dispuestos a servir al comandante extranjero a cambio de una soldada y movidos por la aspiración de mejorar su situación al lado del exitoso cristiano en tierras islámicas. De hecho tenemos referencias a ese tipo de combatiente sirviendo al Campeador, de musulmanes anónimos que pusieron sus armas al servicio de Rodrigo Díaz. Algunas fuentes islámicas, las cristianas siempre son reticentes a señalar ese tipo de cuestiones, afirman que en alguna ocasión Rodrigo reclutó ballesteros y peones locales en distintos puntos que circundaban Valencia, y que se ayudó del servicio que le prestaron los denominados “dawair” (“tornadizos”), especialmente ejecutando acciones represivas, sembrando el terror, en el contexto del asedio valenciano. No era al fin y al cabo ninguna novedad que musulmanes descontentos con sus señores, o simplemente movidos por el afán de lucro, o por el más puro deseo de autoconservación, situaran la fe en un plano secundario y en un primer lugar el pragmatismo más prosaico. El propio Rodrigo Díaz habría hecho algo parecido durante los años que sirvió a los príncipes de Zaragoza, servir a un señor musulmán en sus guerras contra enemigos cristianos. Pero es que además el Campeador encontró en Valencia un caldo de cultivo propicio para engrosar sus filas con musulmanes. Previamente a la irrupción del Cid en el escenario valenciano había actuado allí Álvar Fáñez como protector y garante de los intereses que Alfonso VI tenía en la zona. El fiel vasallo de Alfonso fue el encargado durante un tiempo de garantizar la seguridad de al-Qadir, un gobernante débil que había resultado clave para que el emperador cristiano conquistara Toledo. Tal vez intentando repetir la jugada que le había hecho dueño de tan importante ciudad, en lo estratégico, lo simbólico y lo mental, Alfonso maniobró para que el pusilánime al-Qadir se convirtiera en el nuevo príncipe de una Valencia dominada por las convulsiones, la insurgencia y los vaivenes gubernamentales. Alfonso de alguna forma controlaba aquel principado remoto gracias a uno de sus hombres de confianza, acompañado por una hueste de caballeros cristianos a la que se sumaron musulmanes locales que las fuentes llaman “malhechores”, “garzones”, “traviesos” (retorcidos), “almogavares”.
Pero no solo se sirve Rodrigo de guerreros musulmanes en el contexto valenciano. Llega incluso a designar para cargos administrativos y organizativos importantes a algún musulmán. Es el caso de su almojarife, llamado Abenabduz, encargado de gestionar el cobro de tributos (diezmo) y administrar las rentas del Campeador, y que actuaría como su “mayordomo”, gestor de los derechos de los musulmanes tributarios en el recientemente tomado arrabal de Alcudia, antes de la conquista de la ciudad. Y es que Rodrigo Díaz construyó en aquel arrabal anexo a Valencia un prototipo de villa islámica, donde convivían musulmanes, cristianos, judíos, se aplicaba la ley islámica y había cierta libertad de culto. El Campeador actuó como garante de los derechos de los pobladores de Alcudia, estimulando la organización de mercados y el flujo de mercancías y riquezas hacia allí. Pronto prosperó esa “ciudad”, como también crecía paralelamente la villa fortificada de Juballa, situada a quince kilómetros de Valencia, convertida en plaza de armas cidiana y en activo punto de intercambios comerciales y concentración de los frutos de las rapiñas bélicas de los hombres de Rodrigo Díaz. Antes de hacerse con el control de Valencia Rodrigo ya actuaba en su entorno como una especie de príncipe taifa, garantizando la seguridad de los habitantes musulmanes de su región que le eran fieles, haciendo jurar a sus propios hombres que protegerían a aquellos súbditos de hecho, especialmente a los labradores, para que la actividad económica se mantuviera activa y redundara en su provecho. Llega incluso a amenazar con la decapitación a aquellos de los suyos que violentasen a los musulmanes fieles y sometidos a su peculiar sistema tributario.
Una vez conquistada la ciudad, tras tortuosas operaciones militares, treguas y negociaciones, Rodrigo actuó en Valencia al modo de un príncipe islámico taifa, y no ya solo por compromisos adquiridos con los conquistados en la capitulación, sino, y más bien, por simple y puro pragmatismo. Había probado la fórmula en el arrabal de Alcudia y había comprobado que había funcionado de manera óptima. El contingente cristiano del Campeador en aquellos momentos era considerablemente inferior en número a los musulmanes que le servían, activa y potencialmente. Precisaba en aquella situación mostrarse más como un señor musulmán que como un conquistador cristiano, pues necesitaba a la población local para consolidar su dominio sobre esa ciudad y su territorio. Nunca esperaría Rodrigo, al menos en un principio, la llegada de grandes contingentes cristianos para poblar la ciudad, y esa certeza le obligaría a contemporizar en la medida de lo posible con el elemento musulmán autóctono. Pero no todos aquellos musulmanes serían válidos para los planes de Rodrigo, quien se vería obligado a depurar a potenciales enemigos, algo que sabemos que hizo, neutralizando, y en algún caso ejecutando, a algunos notables de la ciudad. Si en la conquista y dominio de México totonacas y tlaxcaltecas fueron esenciales para Hernán Cortés y los suyos, no menos fundamentales resultarían muchos musulmanes para que Rodrigo Díaz culminara su empresa con éxito. Hay que tener en cuenta que no nos consta el envío a Rodrigo de contingentes de refuerzo por parte de aliados cristianos. Solo a partir de la conquista recibirá coyunturalmente la ayuda de Pedro I de Aragón, quien sumó sus fuerzas a las de Rodrigo en la campaña que culminó en la batalla de Bairén contra los almorávides, trabada en enero de 1097 y por tanto dos años y medio después de la conquista de la capital valenciana.
Y es que Rodrigo Díaz no solo habitó en espacios musulmanes una parte significativa de su existencia, sino que su relación con las gentes de esos ámbitos condicionó algunos aspectos esenciales de su biografía. Rodrigo supo adaptarse a su tiempo y las peculiares circunstancias que lo caracterizaban, mostrándose como un comandante ducho en la aplicación y aprovechamiento de conceptos de la geopolítica y la geoestrategia como son la insurgencia y la contrainsurgencia. No perdió oportunidad el Campeador para estimular en la medida de lo posible movimientos insurgentes y contestatarios en el interior de Valencia cuando se encontraba asediándola. Nos consta que en varias ocasiones intentó introducir vectores insurgentes intramuros, aprovechando viejas rencillas existentes entre distintas facciones y familias valencianas. Una vez convertido en señor de Valencia, y aún antes en Alcudia, promovió medidas que encajan en la contrainsurgencia que se ha venido desarrollando, con desigual éxito, en distintos conflictos de la edad Contemporánea. De hecho, las formas de hacer la guerra estadounidenses actuales se basan más en la aplicación de técnicas y prácticas de contrainsurgencia y el empleo de comandos de élite e inteligencia, para neutralizar a líderes disidentes y ganar voluntades, que en la movilización de grandes ejércitos (“poner botas sobre el terreno”). Propaganda y contrainsurgencia, tan fomentadas ahora en zonas conflictivas como Afganistán, fueron hábilmente aplicadas por Rodrigo Díaz en Valencia y su entorno. Louis Hubert Lyautey (1854-1934), general, mariscal y más tarde ministro de guerra francés, acuñó en 1895 una expresión que sintetiza la esencia de la política de la contrainsurgencia. En el marco de las tensiones provocadas en la frontera entre China e Indochina, donde Francia tenía intereses coloniales, y ante acciones de insurgencia protagonizadas por el grupo chino Banderas Negras, el general francés afirmó que la clave del éxito francés en aquel complejo escenario pasaba por “ganar corazones y mentes” de la población local. Rodrigo demuestra con algunas de sus acciones que ese sería su objetivo en Valencia, ganar los corazones y las mentes de una población musulmana que necesitaba para convertir su conquista militar en un señorío próspero y bien gobernado.
Parece que no todos los musulmanes fueron iguales para Rodrigo Díaz, como tampoco lo serían para los autores que nos hablan de ellos desde una perspectiva cristiana. El cronista anónimo que redactó la Historia Roderici, texto complejo posiblemente elaborado poco después de la muerte del Cid y manipulado décadas más tarde, establece alguna distinción sutil entre los musulmanes que se relacionan con Rodrigo. Los divide en tres categorías: “sarracenos”, denominación más genérica y más veces empleada en su discurso; “ismaelitas” y “moabitas”. Los ismaelitas son para ese escritor los musulmanes de al-Andalus, los “moabitas” son los almorávides, a los que en alguna ocasión llama “sarracenos bárbaros”, lo cual puede ser interpretado como “musulmanes extranjeros, foráneos”. Aquellos dirigentes musulmanes con los que Rodrigo mantuvo una relación de amistad no son nunca llamados “sarracenos”, ni “ismaelitas”, simplemente se les menciona por sus nombre, como son los casos del taifa de Sevilla Ibn Abbas y de los príncipes de Zaragoza al-Mutamin y al-Mustain. No sorprende que autores cristianos como el de la Historia Roderici establecieran esas distinciones, los propios andalusíes eran conscientes de que ellos eran algo diferente a aquellos otros, también musulmanes, que habían venido del otro lado del estrecho de Gibraltar bajo el mando de Yusuf ibn Teshufin. “Prefiero ser camellero en África que porquero en Castilla” es una frase atribuida al antes mencionado al-Mutamid de Sevilla por cronistas musulmanes posteriores (Ibn Simak y al-Himyari, ss. XIII-XIV), y que vendría a ilustrar el sentir generalizado de unos taifas amenazados por los cristianos del norte, y que verían como única esperanza de salvación a aquellos jinetes del desierto que se habían hecho con el control de buena parte del África occidental y el Magreb. Los gobernantes cristianos, incluido el propio Rodrigo Díaz, concebirían también de una manera distinta a unos y a otros musulmanes, a los andalusíes y a los almorávides. Los andalusíes eran vecinos a los que era posible exprimir, dominar, someter o conquistar, carentes de recursos militares óptimos, más entregados a actividades económicas y culturales que a la guerra.
Los almorávides, al contrario, se caracterizaban por un modo de vida espartano y guerrero, con unas nociones del honor y el valor parecidas a las que poseían los aguerridos caballeros cristianos, con una cultura de la guerra semejante en lo mental. Los restos de un califato que antaño fue glorioso terminaron de diluirse en los tiempos de un Rodrigo Díaz que supo comportarse como un gobernante musulmán cuando tocaba y como un príncipe cristiano cuando fue oportuno. Fue de hecho el único “taifa” islámico y “príncipe” cristiano que consiguió derrotar en el campo de batalla, hasta en dos ocasiones, a esa poderosa máquina de guerra norteafricana en sus primeras dos décadas de actuación en la Península Ibérica. Y esto tal vez fue así, entre otras cosas, porque tal vez Rodrigo Díaz fue el único líder de su tiempo que actuó como un híbrido puro, sabiendo sacar el máximo provecho a lo cristiano y lo musulmán, en un mundo regido por el caos, la guerra y el cambio, en el que las fronteras ideológicas no siempre estuvieron definidas con nitidez.
Para ampliar:
- CAMÓN AZNAR, José: «El Cid, personaje mozárabe», en Revista de Estudios Políticos, nº 31-32 (1947), pp. 109-144.
- DÍAZ PLAZA CASAL, Adrián: El Cid: entre el romance y la historia, Madrid, 2018.
- FLETCHER, Richard: El Cid, 2ª ed., Madrid, 1999, (traducido del original inglés The Quest for El Cid, Londres, 1989).
- MARTÍNEZ DÍEZ, Gonzalo: El Cid histórico. Un estudio exhaustivo sobre el verdadero Rodrigo Díaz de Vivar, Barcelona, 1999.
- PEÑA PÉREZ, Francisco J.: El Cid, Historia, Leyenda y Mito, Burgos, 2000.
- PORRINAS GONZÁLEZ, David: “Rodrigo Díaz, el Cid Campeador, un conquistador en el siglo XI”, en Martín F. Rios Saloma (dir.), El mundo de los conquistadores, Madrid, Sílex Ediciones, 2015, pp. 489-522.
- VIGUERA MOLINS, María Jesús: “El Cid en las fuentes árabes”, en El Cid, Poema e Historia, César Hernández Alonso (coord.), Burgos, 2000.