La imagen de los moriscos a través de los relieves de la Capilla Real de Granada, obra de Felipe Bigarny (c. 1521)
Borja Franco Llopis
UNED
En 1492, con la toma de Granada, se inicia el proceso de conversión y unificación religiosa de la población islámica peninsular. Tras los primeros intentos de evangelización pacífica ideados por el arzobispo Hernando de Talavera, pronto el Cardenal Cisneros, confesor de la Isabel la Católica y reformador del clero hispánico, impuso una vía mucho más violenta, que desembocó en los bautismos forzosos de los musulmanes granadinos en los primeros años del siglo XVI. Esta actitud hostil produjo el exilio de parte de dicha población fuera de los territorios del antiguo reino nazarí de Granada. Unos tomaron rumbo al norte de África, Francia o Italia; otros se dirigieron a Valencia, donde pudieron seguir viviendo como musulmanes hasta que durante la revuelta de las Germanías, acaecida a inicios de la década de los años 20, sus aspiraciones de continuar profesando la fe de Mahoma se truncaron y también fueron obligados a convertirse.
Las obras de arte que plasman la vida de estas comunidades moriscas son ciertamente muy pocas. No conservamos gran cantidad de representaciones de cristianos nuevos realizadas durante los siglos XVI y XVII, ni tampoco muchas alusiones a su visualización en las relaciones festivas que describen las decoraciones efímeras utilizadas para decorar los arcos que se erigieron para celebrar distintas efemérides religiosas o políticas en la España de los Austrias. A todo ello tendríamos que unir que, de las pocas conservadas, se ha realizado, salvo en contadas ocasiones, una investigación parcial, partidista y estereotipada. La historiografía ha parecido seguir el sentir de los intelectuales que apoyaron la expulsión de los moriscos y su conocido lema: “todos son uno”, para analizar del mismo modo su representación visual, ya fuera gestada en 1520, bajo el gobierno de talante asimilacionista de Carlos V, ya lo fuera a inicios del siglo XVII, cuando se idearon los lienzos relativos al destierro encargados por Felipe III a través del Marqués de Caracena (actualmente conservados en la Fundación Bancaja), donde se justifica dicha controvertida decisión. Para algunos historiadores no parece importar ni la geografía ni el momento histórico. En la mayor parte de los casos se alude al anecdotismo de los trajes “a la morisca”, y se insiste en cierta maurofobia de la monarquía hispánica, intransigencia religiosa que condicionó el fin de dicha minoría en el territorio peninsular.
Como hemos dicho, este es el proceder general de la historiografía, pero, por suerte, no el único. Investigadores como Elena Díez Jorge o Javier Irigoyen, entre otros, han ampliado el abanico de posibilidades a la hora de encuadrar el cómo y el porqué de la imagen del morisco, mostrando que se trata de una representación poliédrica cuyas muchas caras dificultan una fácil aprehensión.
En esta línea presentamos un caso de estudio: los conocidos relieves polícromos realizados por Felipe Bigarny para la Capilla Real de Granada a inicios de 1520. Las escenas de bautismo que analizaremos se encuentran en el sotobanco del retablo realizado por el artista citado. Se trata de una de las piezas más importantes del primer renacimiento escultórico español. Estaba dedicada a conmemorar las principales devociones de los Reyes Católicos (cuyos sepulcros se encuentran en dicha capilla), así como a celebrar la Conquista de Granada, representada también en la parte inferior del retablo, justo en el lado opuesto de los relieves que nos ocupan.
El bautismo de los moriscos se ilustraba a través de dos tablas: una dedicada a las mujeres y otra a los hombres. Es curioso que se hiciera de este modo, que se segregaran “sexualmente” unos de otros, que se les separara, cuando es bien sabido que este sacramento se impartió en masa, de modo apresurado y sin distinción entre sexos. También sorprende que en cada uno de los relieves se visualice de un modo distinto el bautismo: en un caso, siguiendo la técnica de la aspersión y, en otro, la de la imposición con las manos del agua bendita, como si también quisiera hacer ver las múltiples maneras en que este proceso se llevó a cabo. Tal vez todo ello se realizó así para dar un carácter más narrativo y analítico al programa.
De las dos escenas, la que mayor interés ha despertado entre los investigadores ha sido la dedicada a las mujeres, principalmente por sus vistosos atuendos. Las moriscas portan las conocidas almalafas (de vivos tonos azules, blancos, rojos y verdes), zaragüelles y zuecos, tallados en un estilo similar, aunque más próximo a la realidad, al de las ilustraciones de los viajeros que llegaron a España durante aquel periodo. La almalafa es una prenda de origen islámico que desde la Edad Media portaron no sólo las mujeres musulmanas sino también las cristianas viejas, debido a su vistosidad y riqueza de materiales. Las moriscas solían llevarlas de colores llamativos, mientras que las cristianas viejas preferían las de tonos más oscuros. Aquí, debido a la coloración empleada, no hay duda de que todas ellas son musulmanas que acuden a recibir el bautismo. El artista resalta su atuendo, como elemento de distinción, mientras que se produce una estereotipación de los rostros. Todas poseen el mismo color de tez. Este hecho nos sorprende, pues se aparta de la realidad de los rasgos étnicos de este grupo, restando la veracidad que el artista intentaba retratar. Autores como Barbara Fuchs, Bernard Vincent o Francisco J. Moreno, en sus estudios sobre la “raza” y el aspecto físico de los moriscos han demostrado la pluralidad de etnias que conformaban el colectivo morisco. No “todos eran uno”, sino que existieron tanto moriscos blancos como de piel aceitunada, como también morenos y negros. Los autores citados llegaron a estas conclusiones tras analizar no sólo la literatura del momento, sino también distintas fuentes legales donde se les describe de modo objetivo y cuidado. Los moriscos, tras años de coexistencia en la península ibérica, fueron asimilándose a los cristianos viejos físicamente, tanto que diversos intelectuales, como Pedro de Valencia, indicaron que era casi imposible distinguirlos. Parece, pues, que el artista, centrado en distinguir a las moriscas por su atuendo, tiende a simplificar sus rostros para evitar distraer al espectador y dar un mensaje unívoco. Lo que interesa es señalarlas a través de su vestido, uno de los elementos más polémicos que, años más tarde, la propia corona prohibió.
La tabla dedicada a los hombres, por el contrario, ha levantado menos interés entre los investigadores. La historiografía ha resaltado la diversidad de vestidos que portan los varones y su carácter menos islamizante. Este es un hecho nada casual, pues el colectivo masculino pronto se adaptó a la indumentaria cristiano vieja, al contrario de lo que sucedió con las moriscas. Salvo algunos turbantes disimulados entre la muchedumbre, los moriscos del retablo parecen cristianos que acuden a recibir el sacramento. Partiendo de esta idea, si a las mujeres se les identificó como moriscas por portar la almalafa: ¿qué código visual utilizó el artista para demostrar que eran cristianos nuevos? Lo hizo justamente a través de los rostros, que presentan tanta diversidad de tonos como los vestidos de las féminas. Se ha comentado antes que los últimos estudios relativos al aspecto de los moriscos recalcan su diversidad étnica y de coloración de piel. Aquí el artista en su afán realista subraya también esa característica. Intenta retratarlos. Por tanto, del estudio de las fuentes escritas y de estos relieves polícromos se desprende que aquellos pintores que retrataron a los moriscos únicamente negros o de un tono muy oscuro (como sucede, por ejemplo, en los lienzos de la expulsión conservados en la Colección Bancaja), tomaron una visión partidista y politizada del morisco, para justificar su exclusión social, como un ser ajeno a la cultura española, pues la realidad era muy distinta. Del mismo modo sucedería con los investigadores que más tarde asumieron dichas imágenes como veraces y cronísticas sin plantearse un posible mensaje oculto o politizado. Lo que intenta aquí Bigarny es mostrar un retrato de la pluralidad étnica que existía.
De hecho, esta diversidad de rostros y también de vestidos es una constante en la iconografía de los moriscos durante el periodo carolino. En el séptimo arco de las fiestas celebradas para las nupcias con Isabel de Portugal en Sevilla (1526), en la parte inferior, aparecían separados, situados a cada lado, hombres y mujeres, como sucede en la obra granadina. Las fuentes de las bodas reales indican que a los personajes representados en este arco se les distinguía por el color de la piel y sus vestidos. Los sujetos ilustrados en este arco eran, según las relaciones festivas, españoles, indios, alemanes y moriscos, todos ellos parte de la nación hispánica. Este era el mensaje que se quería transmitir en este arco. Se integra al morisco como parte de los pueblos bajo el dominio del futuro emperador, como uno más, al mismo nivel del resto. Esto es muy importante, pues sabemos que esta ideología cambió hacia 1570, con Felipe II, tras la Revuelta de las Alpujarras, en la que se evidenció la alianza de algunos sectores de los moriscos con los Turcos. Esta postura se radicalizó durante el reinado de Felipe III quien trató, por todos los medios, de mostrar al morisco como inasimilable, hecho que publicitó para justificar su expulsión. Tanto en los relieves de Bigarny como en las decoraciones del arco de triunfo hispalense, existe un mensaje asimilacionista y para nada maurófobo. Los moriscos son una comunidad plural y debe ser integrada dentro de la sociedad española, de ahí que utilice un esquema compositivo muy similar en su ilustración. Es una iconografía que encaja con el universalismo carolino y con el conocido irenismo del inicio de su reinado, algo que, como se ha dicho, fue perdiendo vigencia con el paso de los años.
Otro elemento que nos resulta interesante es que ambas decoraciones, tanto las de Bigarny, como las de las nupcias de Carlos V, se realizaran en medio del conflicto de las Germanías en Valencia. En ninguna de ellas hay ni la más mínima referencia a la guerra frente al morisco que allí se dio. Idea que sí que se publicitó en relación a otras revueltas, como la citada de las Alpujarras, tal y como ocurre en las arquitecturas efímeras creadas en honor de Felipe II. Carlos V parece que no estaba interesado en mostrar la disidencia morisca, sino en promulgar su integración.
Por otro lado, un análisis detenido del relieve granadino nos hace centrar nuestra atención en la existencia de dos personajes que señalan directamente a la pila bautismal. Uno que mira hacia delante, en la parte central del grupo, y otro hacia atrás. Ambos poseen unas características muy peculiares que los distinguen del resto. El primero cubre su cabeza con un gorro frigio, elemento utilizado para indicar la procedencia oriental de los que lo portan. La posesión de dicho complemento también está relacionada con aspectos crematísticos, pues era llevado por comerciantes adinerados para demostrar su condición social. Esta riqueza también se aprecia en el otro personaje del primer plano que señala el bautismo, vestido en este caso con una capa dorada. Esta prenda también es sinónimo de distinción social. A la vista de los elementos que los individualizan del resto cabría plantearse la posibilidad de que el artista se estuviera refiriendo a esos cristianos nuevos pertenecientes a una clase social más alta, como los Granada Benegas, que, gracias a negociaciones con la corona, lograron mantener su estatus social tras la conquista del reino nazarí y que, más tarde, facilitaron las tareas de conversión del resto de sus correligionarios. No olvidemos que, en el primer viaje de Luis Hurtado de Mendoza para encontrarse con el recién llegado Carlos V, el noble viajó acompañado por conversos que formaban parte de la élite granadina como Alonso Benegas, lo que denota la implicación de esta familia en la pacificación y conversión del territorio. Son únicamente ellos, los que poseen estos elementos distintivos, los que dirigen al resto hacia la pila bautismal, los que remarcan la importancia del bautismo, los que son individualizados entre los conversos por su significativo papel en estos primeros años del siglo XVI. De nuevo, se está recalcando la labor de los conversos en la propia conversión morisca. No “todos son uno”.
Por último, cabe recordar que en esta misma Capilla Real, años más tarde, se celebró la Junta donde se debatió sobre el traje morisco. A ella fueron invitados conversos y cristianos viejos. Carlos V escuchó el estado del territorio tras los abusos de las conversiones forzosas y, aconsejado por el Conde de Tendilla, Iñigo López de Mendoza, dictaminó que los moriscos podrían seguir vistiendo según su moda y los protegió ante los ataques de ciertos colectivos cristianos viejos. El talante conciliador de Carlos V por los moriscos fue tan pacifista que se exaltó por personajes importantes para la historia de este colectivo años más tarde, como Miguel de Luna, quien, a finales de siglos XVI, en su Historia verdadera del Rey don Rodrigo honró al citado monarca por su política, clemencia y preocupación por la paz dentro de su reino. También en esta línea estarían las apreciaciones de Núñez Muley en su memorial, donde exalta las virtudes de Carlos V en el trato con los moriscos.
Por lo tanto, este discurso visual que nos presenta Bigarny posee más aristas de lo que la historiografía que divide las actitudes frente a lo moro y lo morisco quiso ver (1). No se trata de unos relieves únicamente de sumisión, maurófobos, sino que plasman una actitud positiva frente a los moriscos colaboracionistas. Una actitud que fue tímidamente recogida por Felipe II, pero que cambió, como se dijo, tras la batalla de las Alpujarras.
Con este ejemplo se ha querido demostrar que la aproximación al islam en la península ibérica no debe realizarse desde una visión dicotómica de atracción o rechazo, pues perdemos así la gran variedad de comportamientos que se dieron durante los largos años de coexistencia religiosa. Hay que darle voz a los objetos dentro del contexto que los vio nacer y no mediante categorías historiográficas impostadas creadas a posteriori, que encierran reduccionismos poco propicios para el verdadero conocimiento de nuestro pasado. No existe una única imagen de los moriscos, ni se trata, siempre, de una representación negativa. Ésta va evolucionando con el tiempo, de ahí la necesidad de encuadrarla en el espacio que la vio nacer, para así entender mucho mejor su significado; y, con ello, comprender la percepción que de este colectivo se tuvo en diversos momentos de nuestra historia.
Notas:
(1) El término “moro” es utilizado de modo sistemático en la documentación del periodo aquí tratado para referirse a los musulmanes que habitaban en la Península Ibérica (antes y después de su conversión), de ahí que lo reproduzcamos en este texto. Etimológicamente se relaciona con la población nacida en el norte de África (maurus) y por extensión con aquellos que conquistaron la Península Ibérica en el siglo VIII, pues la mayoría procedía de dicho territorio.
Para ampliar:
- DÍEZ JORGE, María Elena, “Under the same mantle: the women of the ‘Other’ through images of Moriscas”, Il Capitale Culturale, suplemento 6, 2017, págs. 49-86.
- FRANCO LLOPIS, Borja y MORENO DÍAZ DEL CAMPO, Francisco Javier, Pintando al converso: La imagen del morisco en la península ibérica (1492-1614). Madrid: Cátedra, en imprenta.
- FUCHS, Barbara, Exotic Nation: Maurophilia and the Construction of Early Modern Spain. Pennsylvania: Pennsylvania University Press, 2009.
- IRIGOYEN-GARCÍA, Javier, Moors Dressed as Moors. Clothing, Social Distinction, and Ethnicity in Early Modern Iberia.Toronto: University of Toronto Press, 2017. VINCENT, Bernard, “¿Qué aspecto tenían los moriscos?”, Actas del II Coloquio de Historia de Andalucía: Andalucía Moderna. Córdoba: Monte Piedad, 1983, vol. 2, págs, 335-340.