«Los moros amigos»

A veces se olvida que hay un relato conservador que entronca con una visión “filomoruna” cercana a las posiciones del arabismo español de los discípulos de Francisco Codera. Es el caso de la defensa que José María Pemán hizo de la civilización hispano-árabe, que le sirvió para justificar el empleo de tropas marroquíes por los militares sublevados el 18 de julio de 1936


Bernabé López García
Universidad Autónoma de Madrid


Desfile de la guardia mora de Francisco Franco en Sevilla, c. 1937. Biblioteca Digital Hispánica.

Las últimas campañas electorales nos han traído ecos de Reconquista y de pavor a invasiones islámicas. Dichos ecos forman parte de un discurso que se asocia generalmente con una visión conservadora y tradicionalista de la historia española forjada en el siglo XIX. Pero a veces se olvida que hay otro relato también conservador que entronca con una visión más “filomoruna” cercana a las posiciones del arabismo español de los discípulos de Francisco Codera. Sería oportuno traer a colación a este propósito el artículo que José María Pemán publicó en los periódicos de Falange en plena guerra, concretamente en Presente de Tánger el 16 de noviembre de 1937 y que tituló «Los moros amigos».

José María Pemán, al servicio desde la primera hora del golpe militar, colaborando desde Radio Jerez con sus proclamas radiofónicas como el general Queipo de Llano lo hacía desde Radio Sevilla, y recorriendo los frentes para arengar a los combatientes, se convirtió pronto en uno de los mentores ideológicos de la que denominó “Cruzada”. En su artículo “Los moros amigos” justificaba vivamente la participación de los marroquíes en el bando nacional, no por utilitarismo, “por pura conveniencia bélica y material mantenida, de nuestros coloniales marroquíes”, sino por algo más profundo enraizado en nuestra historia: 

«No, lector, no; el fenómeno de los ‘moros amigos’ en España, tiene mucha más hondura y calidad histórica que eso. Está colocado en la más clara línea de continuidad con nuestro pasado, en congruencia con todo lo mejor de nuestra obra nacional. No hay nada que callar, ni disimular en nuestra Historia, frente al desfile de nuestros moros amigos. Hay, sí, mucho que recordar y entender».

Hablaba Pemán en su artículo de una «invasión» de Europa, la “infiltración oriental”, que afectó a las dos mitades en que quedó dividido el orbis romanus. Atribuía la recibida por el sur, la que nos tocó a nosotros, europeos meridionales, a “un alado correr de caballeros y jinetes, con rapidez de algarada y provisionalidad de razzia” que pronto produjeron un mestizaje, frente a la que recibieron los pueblos del norte europeo con su oso y pandereta, “creando un problema de convivencia y superposiciones racistas”. Detengámonos en sus palabras, que no tienen desperdicio:

«Las dos [mitades] recibieron la infiltración oriental; con la enorme diferencia de que los pueblos norteños y germánicos la recibieron en forma de espesas invasiones nacionales de pueblos asiáticos —hunos, búlgaros, húngaros— mientras que los pueblos mediterráneos la recibieron en forma de incursiones militares árabes, sirias y berberiscas. Plásticamente se puede uno imaginar la infiltración oriental norteña, en forma de tribu y familia húngara que se cuela por allá con su oso, su carro, su tienda, su pandereta y su tropa de chiquillos, tomando posesión del suelo, creando un problema de convivencia y superposiciones racistas; y la infiltración oriental en el Sur como un alado correr de caballeros y jinetes, con rapidez de algarada y provisionalidad de razzia, sin familia ni mujeres propias, produciendo rápidamente una situación mixta y bilingüe, de muzarabismo, de mezcla de sangres».

La defensa de Pemán de la civilización hispano-árabe nacida de este mestizaje, coincide con la visión que el arabismo español canonizó desde Julián Ribera. El legado de su discípulo Miguel Asín está patente en el artículo, recogiendo la cita de que los musulmanes aceptan la verdad de la revelación cristiana como la musaica o la islámica. El objetivo es claro: demostrar que “no hay incongruencia alguna en su intervención colaboradora y jerarquizada, en una cruzada en la que, contra los materialistas y judíos, se defienden la idea de Dios y la moral de Jesús”. Los “moros amigos” no son, pues, para Pemán, una “improvisación utilitaria. Son hijos de aquellos que llamaron Cid —Señor— a Rodrigo de Vivar: el primer capitán de Regulares”.

«De aquí nació, esto ya va entrando en la corriente de las cosas definitivamente sabidas, una civilización hispano-árabe, que es indudablemente la más rica y sutil de la Edad Media. El estudio de ella aumenta, día por día, el catálogo de sus influencias y adquisiciones, y con ella la lista de nuestras admiraciones y gratitudes. Ni Santo Tomás ni el Dante, las grandes cumbres cristianas, están fuera de la lista de acreedores de esa cultura hispano-árabe. Y por días se nos descubre su valor de enganche, transmisión y conservación, en mil cosas fundamentales de la civilización occidental: la Medicina, la geometría, el cuento». 

Esta “lección” instrumentalizada para la ocasión de historia de España adelanta la versión que publicará en 1939 en su obra La Historia de España contada con sencillez, en la que, pese a la catástrofe que supuso, según él, para el orbe romano su ruptura con la “agresión del Oriente”, a España le tocó providencialmente “la mejor parte”:

«España, en vez de feudalizarse y recibir avalanchas de tribus con tienda, carro y oso, se quedó agarrada al Mediteráneo, luchando, casándose y comerciando intelectualmente con otros pueblos ligeros y caballistas, al través de los cuales, por ser los ribereños del Sur del Mediterráneo, nos llegaban, otra vez, dando la vuelta, muchas cosas latinas y helénicas del Norte de dicho mar. España no pudo replegarse hacia el Norte, hacia la feudalidad y el asiatismo, porque en batallas o en bodas, se quedó ocupada en las orillas del Mediterráneo. Directa o indirectamente, los árabes tienen más parte de la que se cree en nuestra fidelidad mediterránea: en nuestro papel de guardianes de la cultura clásica».

El artículo concluía defendiendo el papel de los españoles como “colonizadores de espíritus y de razas”, que explicaba como “legítimas cosechas de nuestra generosidad histórica” el que las naciones hispano-americanas estuvieran del lado de Franco en la Ginebra de la Sociedad de Naciones y los “moros amigos” también en el Jarama.

Discurso de José María Pemán en Orense, 1938. Biblioteca Digital Hispánica.

La visión de Pemán con su defensa oportunista del islam entronca, como se ha dicho, con la del arabismo hispano. El propio Asín Palacios en su artículo publicado en el Boletín de la Universidad Central en 1940 titulado “Por qué lucharon a nuestro lado los musulmanes marroquíes”, se preguntaba cómo explicar la adhesión de los “Regulares” moros al “Ejército liberador en su reconquista de la España sovietizada”:

«¿Qué lazos de hermandad espiritual, qué intereses comunes, políticos, sociales o económicos, los unen con nosotros y con nuestra causa? La modesta soldada (…) sería ridículo aducirla como estímulo decisivo (…) Motivos políticos, tampoco parece que puedan invocarse (…) Habrá que recurrir, pues, a otros motivos inconscientes o subconscientes, de índole espiritual, que son los que a menudo arrastran al hombre en dirección contraria a la que le diera su interés. La afinidad de raza ha sido invocada a menudo y casi es un tópico vulgar (…) ¿No es, por ventura, un tópico bien arraigado en el alma española la enemiga secular entre moros y cristianos? (…) Hoy que con el trascurso de los siglos se ha podido enfriar ya el fervor pasional de aquellos odios inveterados y permitir la investigación serena de los hechos culturales, latentes bajo la historia externa de las gestas guerreras, cabe afirmar sin asomo de paradoja que el Islam en general, y más concretamente el español, del que es hermano legítimo el marroquí, ofrece afinidades muy estrechas con la cultura occidental y, sobre todo, con la civilización cristiana española».

Claro que, aunque Asín Palacios fuera un sacerdote, su óptica no coincide en absoluto con el relato oficial de la historia española que se construyó en la posguerra por el nacionalcatolicismo, que volvió al «guerra, guerra, al infiel marroquí» de la campaña de África de 1860 y que fue el difundido por la escuela de posguerra. Pero sí lo hace, como ocurre con el texto de Pemán, con el discurso franquista de la política exterior construido sobre la hermandad hispanoárabe y que ha prolongado su existencia hasta el reconocimiento tardío del Estado de Israel en 1986 y la inconsistente “Alianza de civilizaciones”.

La manipulación de la historia es un recurso fácil y hacia el que hay que estar prevenidos. Lo que es obligatorio es reconocer los cambios demográficos que han hecho de España, en apenas dos décadas, un país diferente, mestizo, en el que es deber de todos el respeto mutuo.

Para ampliar:

  • Fierro, Maribel: «Al-Andalus en el pensamiento fascista español: la revolución islámica en Occidente de Ignacio Olagüe«, en Marín, Manuela (ed.): Al-Ándalus/España: historiografías en contraste: siglos XVII-XXI, Madrid, Casa Velázquez, 2009.
  • Madariaga, María Rosa: Los moros que trajo Franco, Madrid, Alianza Ed., 2015.
  • Manzano, Eduardo: «La creación de un esencialismo: la historia de al-Andalus en la visión del arabismo español», en Feria García, Manuel C. y Fernández Parrilla, Gonzalo (eds.): Orientalismo, exotismo y traducción, Cuenca, UCLM, 2000, 23-38.
  • Sánchez Ruano, Francisco: Islam y Guerra Civil Española: moros con Franco y con la República, Madrid, La Esfera de los Libros, 2004.